Cuando hace unos meses comenzó la promoción de
Paraíso, hubo quien la definió como una especie de
Stranger things a la española. Poco después, su propio director, Fernando González Molina, rebajó las expectativas y vino a decir que estaba más cerca de
Verano azul. En realidad, a la nueva serie de Movistar le cabe todo, desde sus velados vínculos con
Los cinco de Enid Blyton a las cuevas de
Los goonies, desde la crítica a los
reality show al terror para adolescentes, desde su revival noventero al suspense sobrenatural.
En la coctelera de
Paraíso podemos encontrar todo tipo de ingredientes y muy buenas intenciones, pero tras su competente diseño de producción no queda más que sopor y una inevitable desafección hacia unos personajes que se tiran la mayor parte de los capítulos llorando y desprovistos de cualquier resquicio para el sentido del humor, que es una de las principales carencias de una historia en la que parece querer primar la intensidad emocional de los personajes sobre la emoción que aguarda encontrar el espectador, la que, efectivamente, le hizo vibrar con
Stranger things, con
Los goonies, con
Verano azul o con las lecturas de las aventuras de
Los cinco.
La serie, ambientada a inicios de los noventa en una pequeña ciudad costera del Levante, con Mecano y OBK como banda sonora de fondo, arranca con la desaparición de tres jóvenes -el crimen de Alcásser como referente en la memoria colectiva- a las que se perdió la pista tras una noche de fiesta en la discoteca Paraíso. El hermano de una de ellas, y tres de sus amigos, deciden emprender una búsqueda por su parte, pero acaban atrapados en un incendio al que sobreviven como almas en pena, lo que termina por concederles cierta ventaja a la hora de seguir adelante con la búsqueda de las desaparecidas, mientras van haciéndose evidente otras circunstancias sobrenaturales que terminan emparejando la eterna lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad.
González Molina, director de largo recorrido y curtido en los últimos años al frente de títulos como
Palmeras en la nieve o su interesante adaptación de la trilogía del Baztán, no logra encontrar el tono adecuado para una serie que reclamaba más aventura y brío, y no tanta serenidad y miramiento hacia tanto adolescente llorica. Normal que el final termine provocando un poco de vergüenza ajena.