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Jueves 14/11/2024
 

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JJ Benítez presenta 'En Blanca y Negro' en Barbate, el "paraíso" donde quiere "morir"

El periodista y escritor elige Barbate para presentar su última obra que "es un homenaje a Blanca", la mujer que le acompañó y ayudó en estos últimos 40 años

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  • J. J. Benítez junto a la playa del Carmen en Barbate -
  • Pero es mucho más, es el recorrido vital de ambos, “es amor, es un homenaje, es también un libro de viajes”
  • Era el año 1949. Él contaba con solo tres años de vida y era la primera vez que estaba en Barbate
  • ‘En Blanca y Negro. Diario de una experiencia extrema’, el autor se abre y se adentra en un viaje por su propia vida y por la compartida con Blanca

Era el año 1949. Él contaba con solo tres años de vida y era la primera vez que estaba en Barbate. Su padre, natural del pueblo y “un ser muy especial”, le cogió de la mano y lo llevó a la playa de la Hierbabuena. Le quitó los zapatos y se acercaron a la orilla: “Esta es la mar”, le dijo y desde entonces ese niño se enamoró del océano y del pueblo que lo custodiaba.

Esos veranos vivía en el típico barrio donde todos se conocen y todos se ayudan. Cuando alguien caía en enfermo o tenía algún problema, era un río de gente la que se pasaba para tratar de ayudar… era una solidaridad y una sencillez desconocida para mí

Ese niño atravesó la vida ejerciendo como periodista, investigador y escritor. Ese niño habita aún en Juan José Benítez López (Pamplona, 7 de septiembre de 1946),​ más conocido como J. J. Benítez, que esta semana presentaba, por primera vez, una novela en esa tierra “en la que he pasado los mejores años de mi existencia”, los que comprenden su infancia y su adolescencia.

Y no es una novela cualquiera. Es una obra íntima en la que muestra toda su vulnerabilidad… es un diario que discurre entre el miedo y la esperanza, entre los recuerdos y el presente. Es el diario en el que narra quizás una de sus experiencias más extremas, los últimos 280 días en la vida de su esposa, “la mujer que ayudó a Juanjo Benítez a cruzar la calle de la vida durante casi cuarenta años”.  Un diario redactado “en base a las notas tomadas, día a día, en dos cuadernos de campo”.

 J. J. Benítez, en la Peña del Atún de Barbate.

Pero es mucho más, es el recorrido vital de ambos, “es amor, es un homenaje, es también un libro de viajes”, explica Ángeles Aguilera, su editora y responsable de la sección de no ficción de Planeta.

‘En Blanca y Negro. Diario de una experiencia extrema’, el autor se abre y se adentra en un viaje por su propia vida y por la compartida con Blanca. Y es que según avanzaba su enfermedad, y los dolores se hacían cada vez más insoportables, Benítez, “en sus múltiples intentos por hacer feliz a su mujer hasta el final (haciéndole un regalo cada día, acompañándola, escribiéndole frases o intentando hacerla reír)”, descubre que, “cuando se sienta junto a ella con un viejo álbum de fotos, a rememorar viajes y aventuras, ella se entretiene y todo parece más llevadero”, y así el libro comienza a tomar forma y “se convierte también en un recorrido por algunos de los lugares que más impresionaron a estos investigadores”.

Un recorrido que tiene su parada en Barbate, donde presentaba este libro. Concretamente en la Peña del Atún. Y es que JJ Benítez solo aspira a seguir escribiendo y  “a morir frente a su mar, en Barbate”.

Un Barbate al que venía todos los veranos desde aquella vez que su padre le enseñó la mar. Se quedaba en casa de su abuela, Manolita Bernal, “que era contrabandista y traía medias, tabaco y pomadas desde Gibraltar”. Vivía en una vivienda en General Mola, número 21, “sin agua corriente” con “un amigo íntimo” como era un cubo de hierro que “lo utilizábamos como váter… después lo tomábamos por el asa y lo llevábamos al barranco. Allí lo vaciábamos. Tuve muchas conversaciones con él”.

Cuando atardecía, “me dediqué a contar estrellas”, mientras que algunos días se iba a pescar con su tío Juan, que tenía como amantes “dos cañas de pescar” y le enseñó a “contar los silencios”.

Le preguntamos qué ha cambiado… “mucho. Aquel Barbate de los años 50 y 60 es irreconocible hoy en día. Poco tiene que ver con el actual, salvo en el corazón de sus gentes”.

Y es que Benítez sigue pensando que “la gente de Barbate es entrañable, lo que ocurre es que muchas veces las circunstancias obligan a que aparenten otras cosas”. Sus recuerdos y sus anécdotas “darían para estar hablando hasta pasado mañana”, pero menciona “lo impresionado que me quedé” al ver “cómo la gente se sentaba a las puertas de sus casas, al fresco y cómo cenábamos en la calle con un cajón de madera por mesa. Y los vecinos pasaban y sin preguntar nada, agarraban una patata y se la comían”.

“A mí aquello al principio me impresionó, luego me acostumbre. Esos veranos vivía en el típico barrio donde todos se conocen y todos se ayudan. Cuando alguien caía en enfermo o tenía algún problema, era un río de gente la que se pasaba para tratar de ayudar… era una solidaridad y una sencillez desconocida para mí”, rememora el escritor.

La nostalgia se apodera de su rostro y de su voz. “Lo viví durante muchos veranos hasta que en los años 80 dejé de venir”. El motivo, un divorcio y “que la vida me llevó por otros caminos, pero aunque vine con menos frecuencia, siempre que podía y puedo regreso a Barbate”.

Benítez no duda ni un segundo en afirmar con firme rotundidad que aquellos “fueron los años más felices de mi vida con una enorme diferencia”. Felices “en todos los sentidos, no solo porque me enamoré por vez primera aquí, cuando tenía 14 años de una niña de 12 años con la que me crucé en la calle Real”. Un amor que también se relata en ese increíblemente profundo diario. “Jamás le di un beso. Jamás la abracé. Bailé con ella una solo vez”.

 J. J. Benítez, en la Peña del Atún de Barbate.

Pero fueron felices por muchos más motivos, como “los cines de verano. En aquella época en Barbate el cine era una religión. Había cuatro cines, dos de invierno, el Atlántico y el Avenida, y dos de verano, entre ellos el cine Puerto”, al que no solo iba a ver la película del día, “también iba a escuchar un milagro como eran aquellos conciertos de los jazmines y las damas de noche”.

“Lo primera que hacía al despertar era ver la cartelera que se ponía sobre una pizarra negra a dos metros de altura en una farola”, y cuando acudía por la calle de “las miradas”, recuerda aquellos caritos, carromatos, quioscos a las puertas del cine de verano donde vendían frutos secos y “azofaifas que flotaban en el agua, y que eran deliciosas. También las llamábamos chufas de leche”.

E insiste, “cada segundo en este pueblo era un milagro. Era el paraíso de la infancia y de la juventud” y también quiere que sea su paraíso “hoy”. Benítez afirma que su intención es quedarse a vivir en Barbate, “soy un hombre que necesita muy poco. Un paseo por la playa o por el Paseo Marítimo me basta”.

“Si puedo quedarme lo haré”… así cumplir la aspiración de pasar el resto de sus días frente a su mar, el que conoció de la mano de ese ser especial que era su padre.

El amor por Barbate también forma parte de hasta cuatro novelas que están ambientadas en la localidad. Novelas que aún no se han publicado. “Si tengo suerte y ella quiere (dice entre risas mirando a su editora) saldrán a la luz el año que viene. Están escritas y en ella aparece esa parte de la infancia y juventud” que pasó en Barbate, de aquellos veranos. Bajo el título ‘El habitante de los sueños’ se dividen dos tomos ‘Invierno en blanco’ y ‘Primavera azul’. Ya están escritos con palabras que narran “aquellas experiencias”.

Por ahora ya ha presentado ‘En Blanca y Negro’ en su “Macondo”, en su Barbate amado, el pueblo con el que mantiene “una deuda permanente” por lo que ha recibido, por el amor al mar y a sus gentes. El pueblo que es sinónimo de un paraíso de la infancia y de la juventud, de un paraíso pasado, pero también un paraíso presente al que anhela venir a vivir, a ver, cada segundo de sus días, esa mar tan idéntica y a la vez tan distinta que se adhirió a sus pupilas y  descubrió descalzo, en la orilla de la Hierbabuena, la playa a la que su padre, ese ser “tan especial”, le llevó de la mano cuando apenas tenía tres años.

El escritor Juan José Benítez.

 

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