En principio, la vagina sólo es un conducto de entre siete y nueve centímetros de longitud donde la mujer acoge el pene del hombre durante el coito pero...
En principio, la vagina sólo es un conducto de entre siete y nueve centímetros de longitud donde la mujer acoge el pene del hombre durante el coito pero, en realidad, todo el mundo sabe, desde Adán y Eva, que ese lugar tan resbaladizo es el origen del mundo. Las páginas más brillantes de la literatura universal encuentran su justificación en esta zona turbadora del aparato genital femenino.
Por mucho odio que hubiera entre griegos y troyanos, Homero no habría escrito un solo renglón de la Iliada que hubiera merecido ser leído, si el joven Paris no hubiera conocido el formidable atractivo de la vagina de Helena, ni Ulises hubiera empeñado veinte años de su existencia en volver a Ítaca sorteando con limpieza los peligros y riesgos más devastadores, si no le hubiera esperado al final la invitadora vulva de Penélope.
Aunque a Shakespeare siempre se le recordará por esa cumbre del conocimiento del ser humano, valor estético y sabiduría que es Hamlet, el autor de Stratford upon Avon sería casi un desconocido si no hubiera escrito Romeo y Julieta, otro ejemplo de calidez vaginal en la Verona de Capuletos y Montescos.
Y no digamos nada del hidalgo manchego que bebía los vientos por los encantos de doña Dulcinea. Loca atracción que le sirvió a Cervantes para escribir la novela por antonomasia.
Por todo esto, cuando uno lee que se acaba de representar en esta ciudad la obra de la estadounidense y feminista militante Eve Ensler, Monólogos de la vagina, a uno se le pone la carne de gallina al comprobar el compromiso de políticos como la diputada provincial Paula Moreno que desde su cargo institucional de vicepresidenta de la fundación Las dos orillas, auspicia este tipo de obras teatrales para reivindicar el derecho de la mujer a no ser maltratada, vejada y, mucho menos asesinada. En la crónica de la representación teatral, a cargo del grupo El hijo de la luna, se informa de que en los monólogos se habló de los problemas vaginales de la mujer, del amor a los gemidos durante el acto supremo de la cópula, de las sensaciones que experimenta una mujer cuando por ese tramo final sale al mundo una criatura, de la descripción pormenorizada de ese jugoso tramo y de la reivindicación del uso la palabra coño.
Con todo respeto y sincera y rendida admiración a la mujer, dudo que de este tipo de funciones teatrales salga otra cosa que un rato de regocijo y refocilamiento banal e intranscendente a costa de parte tan sensible de la anatomía femenina. El asunto es serio y requiere de educación, instrucción y ejemplo.
En cuanto a la reivindicación de la palabra coño, me parece todo un acierto. Yo les recomiendo el opúsculo homónimo de Juan Manuel de Prada por el que desfilan coños de todo tipo de mujeres con las más diversas profesiones y ocupaciones. Eso sí, tratados con la mayor dignidad y con un despliegue adjetival deslumbrante.