El Carnaval nos llega con los chaparrones y la locura propia de este mes. La previsión es conocida de antemano y tan precisa que se sabe incluso cuándo va a arreciar el temporal para que no haya sorpresas.
Los románticos echarán de menos el carrusel de coros lloviendo a cántaros y años atrás las caretas empapadas y deshechas comoun migote sin taza. Hay muchas ganas de diversión, no es nuevo ni sorprendente, pero también hay ganas de Carnaval desde el sofá, recordando tanguillos, pasodobles y cuplés que con más de cincuenta años se cantan estos días golpeando en la mesa o rasgueando una guitarra.
Y vuelve la recién casada que, temiendo a la enfermedad, la puerta de la calle siempre la tenía cerrá, y se suprime la terminación del participio para que encaje el verso, y la prima Lorenza con su novio chófer, y el artesano bastonero que hizo un bastón de lujo todo de caramelo y, cómo no, el buitre que divisamos en el monumento que seguramente lo trajo una racha viento, suprimiendo la preposición por cuestiones de medida y ritmo.
Con ironía e ingenio las agrupaciones parodiaban un tema de entonces con sorna y humor, tratado con inteligencia y respeto, pero sin dejar títere con cabeza. Y cuantos saboreamos esos momentos, rescatamos escenas contadas por los mayoresa medida queíbamos creciendo, como los pitidos anunciadores de la llegada de la guardia con la porra en la mano y la huida, la carrera en pelo del romancero, el señor del cachondeo, con el panel a cuestas, perdiéndose por las calles estrechas que rodean la catedral de Cádiz, porque entonces Cádiz era el Carnaval y febrero era Cádiz.
Con seguridad se celebraba en otras poblaciones, pero eso se quedaba en cada casa, en el mundo donde vivía la infancia mientras fabricaba estos recuerdos.
Este carnaval de sofá empieza la noche de la final del Gran Teatro Falla y gracias a Internet puede seguirse la gala sabatina local. Quizás nos hemos vuelto comodones, achacando esta pereza a las goteras propias de la edad cumplida, al frío y al dolor en los pies por estar tanto tiempo parados.
Después de varios almanaques, el Carnaval se vive mejor bajo el sol del mediodía. Cuando la tarde va oscureciendo la claridad y enfriando las horas, nos lo llevamos a casa para disfrutarlo con la serenidad que ha ido tejiendo el tiempo y la distancia, viéndolo en la tele mientras admiramos el colorido, la originalidad de los disfraces y el humor que se derrocha en la cabalgata, viviendo la bulla desde el sofá, abonando el recuerdo.