El día después del cambio decenas y decenas de personas aguardaban pacientemente su turno en la calle bajo una ligera llovizna para hacerse con su ejemplar de la edición...
El día después del cambio decenas y decenas de personas aguardaban pacientemente su turno en la calle bajo una ligera llovizna para hacerse con su ejemplar de la edición especial de The Washington Post. En Pennsylvania Avenue la tienda de souvenirs relacionados con la política estaba a rebosar. En las estanterías toda la variedad de objetos de McCain y los republicanos, mientras los de Obama se encuentran al borde del fin de existencias. En la calle los puestos de los más avispados vendedores empiezan también a hacer su agosto con el merchandising no oficial con el rostro del candidato electo. Es difícil no ver por las calles más céntricas de Washington DC algún equipo de televisión captando este tipo de detalles que dan cuenta de la magnitud del fenómeno.
Reviso en mi hotel en la capital estadounidense el discurso pronunciado por Barack Obama en Chicago tras ser elegido presidente por los norteamericanos y aupado por el resto del mundo, y sigo viendo en él a ese mesías postmoderno del que he hablado en alguna ocasión. Su capacidad para la oratoria, de una potencia casi sobrenatural, lleva al éxtasis a miles y miles de personas en una especie de oración colectiva. El estribillo, el archiconocido ‘Yes, we can’, se repite una y otra vez no sólo en Chicago, también en rincones de todo el mundo.
La serenidad del líder, la misma que mostraba en las horas previas al desenlace electoral mientras sus seguidores realizaban expectantes los preparativos para sus fiestas de celebración, contrasta con las lágrimas y con las caras embobadas de los asistentes. Vuelvo a ver el discurso y no observo fallos. La mirada, siempre al frente, el gesto solemne, pero al mismo tiempo cargado de sosiego y de cercanía. No me cabe la menor duda de que, al menos visto desde fuera, Obama es el mejor candidato posible para un consultor político. Al anunciar su decisión de concurrir a las primarias demócratas fue materia prima pura con posibilidades infinitas para la comunicación política.
En mi opinión, el éxito de la campaña de Barack Obama se basó en un principio en su habilidad para apoderarse de la palabra cambio frente a Hillary Clinton. Obama pasó a encarnar desde el inicio de su carrera hacia la Casa Blanca los deseos de acabar con una etapa negra de la historia de Estados Unidos. La campaña creada en torno a esta idea de “We need change” o “Change we need” (“Necesitamos cambio” o “El cambio que necesitamos”) ha sido sencillamente espectacular. Al mismo tiempo sus estrategas han remarcado el concepto de “Hope” (“Esperanza”).
Junto a ello, y al margen de un análisis más técnico de la campaña que nos llevaría a valorar hasta qué punto ha sido innovadora y eficaz, Obama ha sido fiel a su ideario político en todas sus acciones; ha sido coherente con su visión de la implicación de los ciudadanos y ciudadanas en la restauración del “sueño americano”. En su libro “The audicity of hope” (La audacia de la Esperanza) habla de la otra forma posible de hacer política, “basada en la sencilla idea de que lo que le suceda a nuestro vecino no debe sernos indiferente, en la noción básica de que lo que nos une es mucho más importante que lo que nos separa, y en el convencimiento de que, si suficientes personas creen realmente en esto y viven según esos preceptos, es posible que aunque no podamos resolver todos los problemas, sí podemos avanzar en cosas importantes”.
María José Bayo Martín Periodista especializada en Comunicación Política