1.- La educación no es un gasto, es una inversión de futuro que incide en el desarrollo socioeconómico de un país, pero debe ser una inversión sostenida y a la altura del reto de proporcionar una educación de calidad para todos. Es la teoría del capital humano que empezó a ponerse en circulación tras la segunda guerra mundial, cuando la mayor parte de Europa, vio en la educación uno de los principales pilares del Estado de Bienestar. La extensión de la enseñanza secundaria y universitaria al conjunto de la población se convirtió en una de las señas de identidad de sociedades avanzadas, al tiempo que se veía la inversión en educación como palanca de desarrollo en el Tercer Mundo. Sin embargo, el optimismo inicial fue decreciendo a medida que se comprobaba que para conseguir un mundo igualitario hacía falta algo más que educación, y sobre todo cuando no se invertían los recursos públicos necesarios para ofrecer una educación de calidad para todos. La crisis de 1973 rompió el espejismo. Empiezan a surgir ya desde entonces las ideas neoliberales que culpaban al Estado de su incapacidad para ofrecer una escuela de calidad, rentable y productiva. Objetivo: reducir el gasto público en educación.
2.- La privatización no mejora per se la calidad de la enseñanza. El nuevo modelo propugnado por el neoliberalismo, desde los años ochenta, aspira a desarrollar un sistema educativo más eficaz basándose en los principios de mérito y esfuerzo individual, dentro de un marco competitivo entre profesores y centros educativos. Sin embargo, la práctica ha demostrado que no necesariamente las escuelas privadas funcionan mejor que las públicas. Además, cuando el Estado retrocede en este campo, nos encontramos con el pequeño detalle de que aumentan las desigualdades sociales.
3.- Principios pedagógicos como la coeducación o la comprensividad no son dogmas de fe pero sí principios pedagógicos suficientemente fundados. Es fácil encontrarse con personas que comparan lo que saben los estudiantes de Secundaria actualmente con el nivel de cuando ellos estudiaron. Los nostálgicos del antiguo Bachillerato de la Ley Moyano (en vigor desde 1857 hasta 1970) olvidan con demasiada frecuencia que ese sistema segregaba a la mayoría de la población, sencillamente porque la enseñanza media estaba concebida para una élite predestinada a estudiar en la Universidad. O quizá algunos no lo olvidan, sino que desearían que volviera a ser así. Lo cierto es que a partir de los años 60 en Europa se extiende un modelo de enseñanza integrada, democrática, obligatoria, gratuita y comprensiva para todos. El modelo surge en el Reino Unido, con la reforma laborista que daría lugar a la Comprehensive Schooll. En España este modelo tardará algo más en llegar, habrá que esperar a 1990, cuando el Gobierno socialista promulga la Logse, extendiendo la enseñanza obligatoria hasta los dieciséis años.
El modelo de la escuela comprensiva se sustenta en tres principios: la no segregación de alumnos en instituciones separadas, la no separación de los alumnos de una misma edad en la institución respectiva e incluso en el aula (clases heterogéneas) y un mismo programa, unificado, de aprendizaje, basado en la convicción es que todos los alumnos pueden alcanzar determinados objetivos mínimos de aprendizaje (currículo básico).
Sin duda este modelo ha traído como beneficio incorporar el principio de igualdad en la política educativa, pero también arrastra numerosos problemas de desarrollo y de malas prácticas. A partir de aquí el debate está abierto. Desde los que piensan que hay que introducir variables que lo equilibren hasta los que plantean un modelo alternativo que posibilite agrupar a los alumnos según su capacidad, rendimiento, intereses e incluso sexo. Ahí tenemos a los cetros privados, subvencionados con dinero público, que separan los chicos de las chicas, según ellos, por criterios pedagógicos. Argumentan que se trata de personalizar la educación y que se apoyan en estudios científicos, no sabemos si son los mismos estudios que buscan desde hace décadas diferencias en la inteligencia en función de si se es mujer u hombre, heterosexual u homosexual. Curiosamente la mayoría son centros religiosos vinculados al Opus Dei. Pura casualidad, que son ganas de enredar.