Si hay un algo más español que nuestra tortilla de patatas, es un “olé”. Aunque el origen de esta expresión es incierto, hay teorías para todos los gustos, desde su explicación en episodios bíblicos hasta una evolución del “ola” portugués, lo cierto es que es referente de nuestro país, y que está íntimamente relacionada con nuestras dos manifestaciones culturales por las que se nos reconoce en cualquier parte del mundo: la Tauromaquia y el Flamenco.
Ahora que estamos en plena semana de abril, donde el Real de la Feria tendrá que esperar un año más para su alumbrado, y los feriantes incansables sobrevivimos este año en blanco a base de imágenes y recuerdos de otros pasados, es un buen momento para reflexionar sobre la cultura milenaria del Flamenco y por la crítica situación que atraviesa. En nuestra tierra, Andalucía, vivimos el flamenco intensamente, de forma natural. Esta en nuestro día a día, en nuestros tarareos, en nuestras fiestas, en nuestros bares, en nuestros festivales; desde la Bienal de Sevilla, hasta el Festival de Jerez, desde el Concurso Nacional por Peteneras hasta el Festival Antonio Mairena en los alcores Sevillanos.
En el resto de España, los teatros y las compañías acercan este arte al espectador, al nacional y al que nos visita, pero si lo que se busca es un espacio intimo, donde exista un contacto directo con los artistas, entonces hay que descubrirlo en los Tablaos. Unos espacios escénicos únicos en el mundo que tenemos la suerte de atesorar. Herencia de los cafés cantantes del XIX, por ellos han pasado las grandes figuras del flamenco de todos los tiempos. Desde Hemingway hasta Rafael Alberti supieron captar su magia a través de la literatura. La cámara de Almodóvar o la de Trueba inmortalizaron el ambiente en sus películas, pero no es suficiente. Necesitamos mantenerlos vivos porque son eslabón imprescindible para la cadena de artistas flamencos. Los tablaos son espacios de aprendizaje, de intercambio de experiencias, de evolución constante de esta arte infinito que es el Flamenco, espacios siempre abiertos a que surja el duende.
La crisis sanitaria, las medidas de control de aforo, la falta de turismo y la falta de nuestro interés por lo propio, han provocado una crisis sin precedentes en el sector, que se traduce en el cierre del treinta por cientos de los tablaos españoles. Hace unas semanas cerraba el mítico Villa Rosa, el tablao más viejo de Madrid, abierto desde 1911. Antes, cerraron sus puertas Casa Patas o Café Chinitas. Unas pérdidas patrimoniales y etnográficas incalculables.
Resulta irónico que tras 10 años de la inclusión del Flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, se encuentre precisamente hoy en un verdadero abismo, como alertaba el mítico Fosforito hace unos días. Academias y teatros cerrados, giras y espectáculos cancelados y los tablaos, que poco a poco se extinguen y con ellos parte de nuestra cultura.
Cuando el Ministro de Cultura ha dicho en alguna ocasión que los Tablaos no son de su competencia me ha producido un gran desasosiego. ¿Cómo no va a ser competencia de Estado la protección de nuestra máxima expresión cultural e indudable marca España? Es necesario un Plan Nacional del Rescate para los Tablaos, porque no podemos permitirnos que cuando volvamos a la ansiada normalidad hayan desaparecido estos espacios singulares, refugio de los amantes del Flamenco. Amar al flamenco es amar nuestra cultura y a nuestro país. Protegerlo es obligación de quienes nos gobierna, y conocerlo y disfrutarlo debería ser una parada obligatoria en nuestro sistema educativo.
Mientras el Gobierno se decide a socorrer a los Tablaos, pongamos nuestro granito de arena apoyándoles de manera activa, visitando alguno de nuestra ciudad. Sentémonos en una silla de enea, y dejemos que nos capture el embrujo del espectáculo para terminar con un ¡Ole, Ole y Ole! Créanme, no se arrepentirán.