Trabajo, empeño, lucha y espera ha costado para ver realidad la caída de uno de los pisos de la barriada de José Antonio. Ardua labor la realizada para ojear una realidad que se ha dilatado en el tiempo más del deseado y que constata el fracaso de toda una Administración en caer derrotado por los acontecimientos.
El deterioro del barrio, el narcotráfico, la violencia, la delincuencia y la muerte, por qué no decirlo, ha campado a sus anchas ante la inacción o la falta de medios de los que tuvieron que hacer algo más que dejar pasar el tiempo y permitir que toda una zona se convirtiera en un gueto y en la vergüenza de toda una ciudad.
El derribo no se produce por su mal estado ni por problemas en sus infraestructuras, la demolición es la suma de una pésima gestión de extirpar un mal que se fue comiendo lo más elemental de un barrio: la convivencia. De los que solo pretendían vivir y los que vieron la oportunidad y aprovecharse de un sistema para hacer negocio a costa de vidas humanas.
La batalla, por más que se pinte de esperanza como irónicamente presenta su coqueta plaza, es la imagen de lo que antecede cuando la Administración en su afán partidista utiliza la palabra fácil y la foto puñetera para parchear lo que ni en sus facultades ni en sus prioridades está el acabar con mafias y con indeseables que, como digo, se camuflan entre los humildes para saquear lo más digno: una casa. Tírenlo y entiérrenlo por siempre.
