La Plaza de Toros vuelve a dejar claro que lo que para algunos era un asunto normal y fácil, para otros, hacer lo que toca, es decir, abrir sus puertas y atraer espectáculos, es todo un problema. Estadísticamente hablando el coso portuense fue durante años el monumento -sí- más visitado de toda la provincia de Cádiz. Tras la pésima y nefasta gestión de los últimos años está por ver.
Realmente es un diamante que ya quisieran para sí otros municipios y que ha tenido la mala suerte de no hallar aquí la fórmula de convinar lo que en otros lares sí saben hacer: vender la marca y el emblema. Ni por esas.
Fiel al estilo reinante, ninguna explicación que suavice la paupérrima gestión llevada. Entre pliegos de quita y pon y escapes ante lo inevitable, alguien más allá de lamentos y de evasivas debe salir al ruedo para dar argumentos de peso de lo que está ocurriendo y del entuerto que se pudiera repetir el próximo verano. Hablar de herencias a posteriori, para tapar inoperancias y fracasos ya no procede, como tampoco el agujero innecesario en el que nos vamos a encontrar otro verano más. Esté este equipo de Gobierno u otro.
La salida de Quintana amortiguó un desaguisado, pero viendo el tiempo transcurrido, no fue la solución. El problema es de mayor calado. La Plaza de Toros necesita, más allá de profesionales y de gestores, que alguien -ya toca- dé la cara y explicaciones. Sobran aficionados y consejeros.