"Lo que esperamos, de acuerdo con las estimaciones de los expertos, es que esos muros dañados van a desmoronarse", indicó a la prensa Zoltán Illés, secretario de Estado de Medio Ambiente.
En declaraciones desde la misma balsa que el lunes se rompió y provocó una riada que ha dejado siete muertos y enormes daños medioambientales, Illés explicó que en la balsa se almacenan aún 2,5 millones de metros cúbicos del lodo rojo que se genera en la producción de aluminios.
Sin embargo, ese fango tiene una consistencia mucho más espesa, por lo que se espera que su vertido no alcanzará tanta velocidad ni tanta distancia como la avalancha del lunes.
Más peligro supone el posible efecto que el derrumbe de ese muro podría tener en la balsa contigua, que está igualmente repleta de sustancias tóxicas, gran parte de ellas en estado líquido.
"Ese es mi temor", reconoció Illés, en relación al riesgo de que esa segunda balsa también se quiebre y provoque otro "tsunami" venenoso como que el ya ha arrasado 40 kilómetros cuadrados de suelo, contaminado tres ríos y dejando más de 150 heridos.
Para conjurar la amenaza de nuevos vertidos, el Gobierno húngaro está levantando un dique de contención de 600 metros de longitud, cinco metros de altura y 20 metros de ancho que, según Zoltán, bastaría para proteger a la población de los pueblos afectados incluso si revienta la segunda balsa.