Un hombre al que su esposa ha sido infiel reclama su riñón –que donó cuando el matrimonio funcionaba– o un precio de más o menos un millón por él. Unos jóvenes –aburridos– inventaron la broma –en pleno 28 de diciembre– de vestirse de guardias civiles y parar autos, en un improvisado y gamberro control de alcoholemia. Una mujer sin edad bebía –vino de muerte y soledad– en un banco de piedra cerca de un paseo, mientras los niños jugaban, a su alrededor sin verla, festejando los últimos días sin colegio y los padres miraban aburridos cómo lo hacían.
Hay mucha gente que se siente desgraciada porque el trabajo es una porquería o porque le pagan poco, y no se dan cuenta de lo afortunados que son al no despertarse a media noche con los pies helados en Bosnia, en la cama de un hospital de necesitados, viejo y enfermo, luchando con lo que sea para sofocar el frío que les han regalado las guerras del gas.
Algunas veces me gustaría entender de política y de por qué se hacen las cosas como se hacen, pero me es tan imposible como comerme a mi perro o no ver en un semejante a un igual.
Nunca entenderé las guerras, ni los odios ancestrales que se heredan de padres a hijos, como el color de ojos o las marcas en la piel. Tampoco puedo comprender que en este mundo en que las mujeres pudientes se insertan botox en la piel para parecer más jóvenes, mueran niños que no puedan llegar a crecer, ni que alguien discrimine a otro ser humano, que sólo se compone de piel y huesos, tan exactos e iguales a los de él.
Hay gente que se compromete en causas perdidas de antemano, pero es incapaz de tenderle la mano a su vecino de al lado...
El riñón de la mujer presuntamente infiel, sigue milagrosamente funcionando, hecha la donación en el 2001 y siendo la única que no ha rechazado, pues desde que nació ya ha recibido al menos tres trasplantes fallidos, todos ellos de su familia más cercana .
Puede que ya no le quiera, pero lleva algo de él por siempre en su cuerpo, algo que le da vida y salud, que tal vez no quiera compartir con él, pero que de seguro, haría mucho más feliz a este hombre si en vez de reclamar su precio –no de un millón, sino incalculable, como sólo puede serlo una vida– pensara en la grandeza de lo que ha hecho y dejara a esa mujer vivir libre sin ataduras, siendo él libre a su vez.
Una noche de gamberradas puede salir cara a más de uno, porque el hacer el payaso o el divertirse no está mal, pero no se puede ir por ahí jorobando a la gente y lo que es peor, por usurpar las funciones de personas que velan por la seguridad de todos, pueden acabar hasta en prisión, con lo fácil que sería pasar el tiempo como los voluntarios que ayudan a los ancianos y discapacitados en sus desplazamientos, o los que buscan a personas sin techo, en días de riguroso frío para darles comida y cobijo.
El mundo es redondo para hacernos ver que todos somos uno, que cuando las bombas caen en una parte del planeta no se pude hacer oídos sordos, porque están muriendo nuestros hermanos y nuestros hijos, matados por sus padres y sus hermanos, porque todos somos un mismo genoma, una misma piel y unos mismos huesos, donde nadie es dueño más que de los pasos que dé y de las decisiones que tome, en un difícil equilibrio entre lo que se debe hacer, lo que se hace y lo que soñábamos desde siempre con lograr hacer.