No hay que buscar culpabilidades, porque cuando alguien nos dice que ha conocido a un matrimonio de Bilbao muy simpático, nos imaginamos a una pareja heterosexual, si es que lo somos nosotros, y no se nos pasa por la mente que se trata de una pareja de dos hombres o de dos mujeres.
El problema de la convivencia no es un monopolio de los heterosexuales, y la violencia, tampoco. Imaginar que por ser homosexual la pareja vivirá siempre en una Arcadia feliz, llena de comprensión y solidaridad, es discriminar demasiado positivamente una elección sexual determinada.
El problema deriva en que, puesto que lo legislado huye de estas matizaciones, se hace difícil para los jueces instruir y juzgar una violencia de género, en una circunstancia donde los géneros no han saltado por los aires, pero se han diluido o se han sometido a un proceso de ósmosis que presenta muy difícil la calificación. Pero la existencia de esta anfibología no puede dejar de castigar una violencia de género que es evidente, y de la que tenemos noticias, aunque se trate de una violencia de género epiceno.