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Fábricas de ideas y bragueros

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En los tiempos en los que la cirugía no había acudido aún en auxilio del hombre atormentado por las hernias inguinales, mi bisabuelo hizo fortuna con la fundación en Pozuelo de Calatrava, Ciudad Real, de una fábrica de bragueros y otros artículos de ortopedia. Mi antepasado legó una fortuna no mediana a su descendencia gracias a la explotación de una industria filantrópica, empeñada no tanto en la búsqueda del beneficio económico como en la sanación de las ingles de sus contemporáneos.


Los socialistas andaluces han anunciado su intención de crear una fábrica de ideas que, quizá, acabe proporcionando un bienestar público similar al que procuró la factoría de bragueros regentada por mi bisabuelo, q. e. p. d.

La naturaleza misma de la iniciativa emprendida por el PSOE en nada difiere de la que acometió mi antepasado hace ya un siglo. Aquel empresario benéfico y ejemplar vislumbró desde muy temprano el brillante porvenir de una actividad basada en la aplicación del sistema de producción industrial a la confección de bragueros. Hasta entonces, la del braguero había sido una manufactura cultivada, en exclusiva, por gremios de artesanos incapaces de adivinar el potencial de un producto que tan bien se avenía al proceso de montaje en cadena. Del mismo modo, y en una de esas premoniciones que distingue a los pioneros, el PSOE ha impulsado la producción a escala industrial de un artículo cuya fabricación había tenido, hasta la fecha, un carácter puramente doméstico y artesanal. ¿Por qué confinar el rico mundo de la gestación de ideas a la iniciativa individual pudiendo erigir una fábrica capaz de generarlas al por mayor en todos los modelos y colores, adaptadas a las exigencias de la temporada y al gusto de nuestra distinguida clientela?

Antes, uno podía verse asaltado por una idea en la cola de un cine, durante un atasco en la 340 o mientras disfrutaba de la quietud y la intimidad que proporciona el excusado. Fueron tiempos que ya no volverán.
La fabricación de ideas con miras a proporcionar a la militancia un pensamiento pulcro y acabado y una consistente imagen publicitaria al partido constituye un hallazgo excepcional y un esfuerzo encomiable. Pero, ¿qué mente privilegiada maduró y alumbró la idea fundacional de este proyecto singularísimo? ¿A quién se le ocurrió la idea de la fábrica de ideas?

Caben dos respuestas a la que algunos tendrán por insidiosa pregunta. Tal idea podría haberse fraguado al modo tradicional, es decir, pensando, para lo cual habrá de considerarse la posibilidad de que en un partido político puedan encontrarse dos o tres entendimientos capaces de tamaña hazaña intelectual. También pudiera ser que se tratase de una idea importada, facturada por una multinacional dedicada a la fabricación de ideas cuya sede podríamos ubicar en Montgomery, Alabama, que es el lugar donde deberían radicarse siempre este tipo de establecimientos. Como todos convendrán, esta segunda posibilidad se antoja la más razonable.

La fabricación en cadena de ideas no está exenta, sin embargo, de riesgos y complicaciones. Los imponderables, a los que no resulta ajena la cadena de producción, pueden hacer que se lance al mercado una idea defectuosa, lastrada por taras que impidan su comercialización. Se han dado casos en los que los fabricantes diseñaron una campaña militar para la democratización de un país y la erradicación del terrorismo fundamentalista y acabó saliendo una invasión de corte colonial jalonada por un sinnúmero de crímenes de guerra. Ni la FAES es inmune al error.

Para prevenir tales males, y aun reconociendo que, propagandísticamente, el impacto de un braguero es menor al de una buena campaña publicitaria, sugiero a los socialistas que, mejor, se decanten por la ortopedia. Es sólo una idea.

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