La primera vez que asumí la responsabilidad de asomarme a estas páginas cada domingo escribí sobre Pedro Pacheco. Era marzo de 2010 y comenzaba a darse por hecho que iba a anunciar su regreso al primer plano de la política local, sobre todo vista la creciente debilidad del gobierno de Pilar Sánchez, con la que siempre ha mantenido cuentas pendientes y que, finalmente, ha sido quien le ha empujado ante los jueces para que redacten su epitafio político.
En aquella ocasión comparé al ex alcalde con el general norteamericano Douglas McCarthur, al que siempre pensé que emuló la fatídica noche de la “paliza” electoral cuando pronunció de nuevo, con palpable rabia, su “me encanta Jeré”. McCarthur, en realidad, había dicho “¡Volveré!”. Fue justo después de perder las Filipinas en el frente del Pacífico Sur durante la Segunda Guerra Mundial; y, por supuesto, volvió y las reconquistó. Así que, por las circunstancias y la obstinación propia ante la derrota, ese “me encanta Jerez” bien podía entenderse como un “volveré”. Y así fue. Volvió, pero la reconquista, si es que la hubo, fue apenas un espejismo, y puestos a celebrar la catastrófica derrota del PSOE en las municipales de 2011 -no les quiero ni contar si la personalizamos en la figura de Pilar Sánchez-, bien pudo hacerlo desde el sillón de su casa sin tener que arriesgarse en la búsqueda de un añorado protagonismo que el mismo paso del tiempo podría haberle brindado en forma de reconocimiento.
Puede que Pacheco, sin pensarlo siquiera, estuviera emulando a McCarthur, aunque sólo fuera en el gesto, pero los hechos acaecidos desde entonces lo enfrentan a otros pasajes y errores de la historia, y, salvando las distancias, uno de los más evidentes sobresale de la relectura del ocaso y caída de otro imprescindible estratega e insuperable megalómano, Napoléon Bonaparte -el ex alcalde demostró con creces tener arte y disposición para la estrategia política; para lo segundo hay una gran diversidad de opiniones al respecto-.
Napoleón, acostumbrado a las victorias y a las aclamaciones, no soportó el hecho de tener que abdicar tras la derrota en la Batalla de las Naciones en Leipzig y optó por el exilio en la isla de Elba a cambio de mantener su título de emperador vitaliciamente, mientras el Congreso de Viena disponía el nuevo orden en la Europa post-napoleónica. Consciente de los deseos de los ingleses de desterrarlo, escapó de Elba y desembarcó en Antibes desde donde se preparó para retomar Francia. Napoleón llegó a París y, aclamado por el pueblo, se puso de nuevo al frente de la nación y decidió emprender batalla contra las fuerzas aliadas. Apenas tres meses después llegó Waterloo y, sin apoyos políticos, fue encarcelado y desterrado por los británicos a la isla de Santa Elena, desde donde dictó sus memorias y criticó a sus aprehensores.
Pacheco, siguiendo un patrón similar, abdicó aquella noche de mayo de 2007 y decidió exiliarse de la vida política, pese a que muchos seguían dirigiéndose a él por la calle como “alcalde”, y pasar más tiempo en su casa, siempre alrededor de una buena lectura y sin perder de vista cómo se sucedían los acontecimientos. La ciudad regresaba a un gobierno de mayoría absoluta, el primero desde 1999, y el primero gestionado exclusivamente por el PSOE, pero también prevalecía el temor entre sus adversarios a que pudiera plantearse su regreso a la vida municipal. Este temor y un evidente deseo de venganza política terminaron por consumar un regreso en el que, por otro lado, no encontró la aclamación que esperaba, pero sí el empeño de sus incondicionales para fundar un nuevo partido y regresar al salón de plenos y hasta a la Diputación Provincial. En apenas unos meses comenzaron a llegar las citaciones judiciales -inevitables, por otro lado, hubiese estado o no en política- y el primero de los juicios en los que tendría que comparecer. La sentencia fue demoledora y la ratificación y ampliación de la misma le condena -si no prospera, muy pocos lo creen, una petición de indulto- a prisión.
Dicen sus allegados que ya ha iniciado la redacción de sus memorias y en ellas no faltarán alusiones a quienes han encabezado esta “persecución política” desde los juzgados en su contra, pero por muchas reminiscencias históricas que encontremos con el pasado, a partir de su propia relevancia personal y política, el presente actual no permite pasar por alto lo que dice la sentencia, pese a que algunos la consideren “desproporcionada” e injusta con la imagen y trayectoria de Pedro Pacheco, culpable de no haber sabido retirarse a tiempo e incurrir en los errores de otros.