Cada año, cuando llega el
Mundial de Motociclismo, pienso en la cantidad de amigos y conocidos que disfrutarían con la posibilidad de vivir tan de cerca la celebración de la prueba en el Circuito de Jerez. Yo lo tengo por castigo. No me gustan las motos, las carreras, no percibo la emoción -salvo a la salida, en la última vuelta y con las caídas-, no sigo la competición; entiendo el admirable sacrificio físico y mental que debe ser estar subido en una máquina que te dispara a toda velocidad y te obliga a realizar giros prodigiosos y alternar posturas aerodinámicas, pero no me parece un deporte, más allá de su sentido de la (alta) competición. El ciclismo es un deporte; el motociclismo no, por zanjar puntos de vista.
No me gustan las motos, ni las carreras, y mucho menos la motorada, pero tampoco me gusta la política y escribo a diario sobre ella, incluso opino sobre ella, sin perder de vista la letra de la canción de
Los Punsetes. Entra dentro del cometido diario y del salario. Si después Márquez tiene que renunciar a pilotar o gana un italiano, es algo que no me quita el sueño en absoluto. Ojalá el Xerez hubiese conseguido permanecer más años en primera, incluso en segunda; eso sería otra cosa, y otra cuestión a la que dedicar otro espacio, ahora que hay quien aboga por unir aficiones y tal y tal. En realidad al fútbol, en general, lo mataron hace tiempo. Lo de ahora es mera ilusión.
Hay, no obstante, un detalle, por volver al tema de las motos, que obliga a valorar de forma diferente la celebración del Mundial:
el propio Circuito de Jerez. Y eso implica reconocer tanto la extraordinaria capacidad organizativa y fuente de riqueza para municipios en el entorno próximo de Jerez -pese a lo cual, las únicas contribuciones externas siguen siendo las de la Junta y la Diputación-, como la construcción de un relato -siempre el relato- en torno a las instalaciones, en tanto que faro y emblema de atracción multitudinaria desde hace casi cuatro décadas y atractivo de cara a la explotación de sus posibilidades.
Su actual director, Cayetano Gómez, aseguraba esta semana que ya tiene ocupados todos los días de este año y los de 2024, a excepción de la semana entre Nochebuena y fin de año, y
el consejero de Turismo, Arturo Bernal, apuntaba este sábado que hay que aspirar a que sea “realmente un hub del motor”, de manera que esa actividad ya presente durante todo el año, pueda ampliarse igualmente a temas relacionados con la formación de pilotos y mecánicos.
No será por falta de ideas e iniciativas; lo que se precisa es consenso y unidad en torno a sus posibilidades. Al fallido
Centro Tecnológico del Motor -entre unos y otros lo mataron, y él solito se murió- le ha seguido un nuevo proyecto impulsado por el Ayuntamiento en 2021 y del que no se han vuelto a tener más novedades, a la espera de ser incluido en un reparto de los fondos Next Generation: el
Centro de Investigación, Desarrollo e Innovación del Motor (CIDiM), en terrenos del propio circuito y que precisa de una inversión de 41,4 millones de euros. Un proyecto que contempla mejoras en las actuales instalaciones y nuevos equipamientos de cara a convertirse “en un centro de referencia mundial para el sector de la automoción, la movilidad inteligente y la sostenibilidad”, y que ya contempla un hub del motor en forma de incubadora y aceleradora empresarial especializada.
El día que deje de hablarse del Circuito como un reto entre dos o un duelo al mediodía, se habrá avanzado en lo definitivo, que pasa por ver los aciertos en las propuestas de cada interlocutor y no solo las desavenencias, que son las que dan lugar a los reproches, siempre de índole político -hasta las notas de las visitas a los dispositivos de seguridad llegan por duplicado pese a contar lo mismo, a excepción de las fotos, cada una con sus respectivos representantes públicos-. El mejor ejemplo es la compenetración entre administraciones para hacer posible una organización perfecta, dentro y fuera del recinto,
que prestigia a Jerez y a Andalucía. Una compenetración que se echa en falta a la hora de hablar de las posibilidades de futuro de un recinto que aún no explotado los límites de su ambición.