Ira Kaplan era un niño cuando ya iba al estadio a ver los partidos de su equipo favorito de béisbol, los New York Mets. En la temporada de 1962 coincidieron en la plantilla Richie Ashburn y el venezolano Elio Chacón, que no sabía ni una palabra de inglés. Aquella circunstancia supuso un problema en el desarrollo de muchos partidos, ya que cuando jugaban en una posición próxima siempre terminaban chocando cuando se lanzaban para alcanzar la pelota después del bateo. Ashburn estaba tan desesperado que terminó por aprenderse la expresión “yo la tengo”, en vez de “I got it”, para advertir a su compañero cuando estaba seguro de llegar antes a la bola.
En realidad, a nadie que hable español y practique béisbol o fútbol se le pasa por la cabeza decir una frase tan larga en mitad de un partido; basta con gritar “mía”, como hace el portero tras un centro al área. El que Ashburn optara por decir “yo la tengo”, en vez de algo tan sencillo como “mía”, es casi un misterio, pero aquella anécdota sirvió para que, años más tarde, Ira Kaplan y Georgia Hubley formaran un grupo indie rock delicioso con ese nombre, Yo la tengo, en su Hoboken natal -me encantan los nombres de esas ciudades próximas a la costa este, como Masapequa o Poughkeepsie-.
La historia la relataba hace poco Iker Seisdedos con motivo del nuevo disco del veterano matrimonio y ponía así fin al misterio del peculiar nombre que eligieron para su, a la postre, prestigioso grupo de indie rock -deléitense con My little corner of the world si es que no han tenido la suerte de cruzarse con ella hasta ahora-.
Ese mismo relato, no obstante, me ha hecho pensar en Elio Chacón, venezolano, hijo de cubanos, de raza negra y recién llegado a Estados Unidos en 1960, con 24 años recién cumplidos, para jugar en las grandes ligas sin entender ni una palabra de inglés. Según relató en un libro: “De regreso a Savannah nos paramos en un restaurante. Yo, que era el único pelotero de color, quería bajarme a comprar comida, pero Tony Pacheco me dijo: ‘Espérate un momento’. Al rato regresó y dijo: ‘puedes entrar, pero debes comer en la cocina porque aquí no admiten gente de color’. Entonces di media vuelta, me senté en el último puesto del autobús y lloré”.
Lo digo para los que se aventuran a decir que España es un país racista y para avivar un debate que ni siquiera está encima de la mesa y nos ha situado de manera involuntaria en el ojo del huracán a nivel internacional como si fuésemos la cuna del Ku Kux Klan. Por supuesto que hay personas racistas en España, y bajo la influencia de ideas y pretensiones racistas y xenófobas, porque tristemente las vemos a diario, a veces hasta amparadas desde el ámbito de la política; incluso comportamientos racistas, en especial hacia los más débiles y desprotegidos, pero de ahí a retratar a todo un país como racista me parece una absoluta desconsideración.
Lo que sí somos es un país de maleducados e ignorantes dispuestos a dejarnos la garganta en las gradas de un estadio profiriendo insultos y maldiciones contra jugadores del equipo rival o contra el árbitro si hace falta con tal de desahogar frustraciones internas. Un detalle tan solo. En el Valencia juegan varios jugadores negros, entre ellos Diakhaby e Ilaix Moriba. ¿Se imaginan ustedes a los mismos aficionados que llamaron “mono” a Vinicius el pasado domingo decirle lo propio a los jugadores de su equipo por el hecho de ser también negros como el delantero del Madrid? Es más, en todos los equipos cuyos aficionados han insultado desde la grada a Vini tienen a jugadores negros, sudamericanos y hasta asiáticos contra los que no se atreverían a proferir insulto alguno y a los que defenderían a muerte si son insultados.
España no es un país racista. Los Estados Unidos de América que conoció Elio Chacón hace apenas sesenta años era un país racista. Aquí, además de algún que otro racista suelto, lo que tenemos es una panda de incívicos, maleducados e irrespetuosos que solo saben expresarse a través del insulto, y lo peor es el ejemplo que dan a sus propios hijos, y a los nuestros.