Deambular por el cementerio histórico de San Miguel de Málaga es como pasear en el tiempo. Bendecido en 1810, cuando la ciudad estaba ocupada por las tropas de Napoleón, es una de las pocas necrópolis decimonónicas que han llegado hasta nuestros días prácticamente íntegras. Aquí levantaron sus mausoleos las grandes familias burguesas malagueñas de los siglos XIX y XX, como los Larios, los Heredia o los Huelin. Sin olvidar que fue la primera morada de Torrijos, antes de ser trasladados a la plaza de la Merced, el lugar elegido para la eternidad del poeta malagueño Salvador Rueda o la escritora estadounidense Jane Bowles, a quien muchos, por cierto, aún dicen ver en cada aniversario de su muerte.
Ubicado en el barrio de Capuchinos, está declarado Bien de Interés Cultural y la Junta de Andalucía lo ha incluido en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz. Cada vez son más los malagueños y turistas que se acercan al camposanto en busca de las huellas de los vecinos más ilustres de la provincia. Se acabaron los tiempos del miedo a traspasar las fronteras del cementerio, en manos del Ayuntamiento de Málaga, que inició en 2012 la recuperación del espacio. Días atrás se culminó la rehabilitación de la portada de la monumental capilla, inaugurada en 1837 y restaurada once años después por la familia Heredia.
Puertas de par en par
A partir de ahora, no hará falta entrar por el lateral a este espacio sagrado. Las puertas principales, centenarias, vuelven a abrirse de par en par y el pasado viernes dejaban escapar al exterior las notas de la Capilla de Música “Maestro Iribarren” que eligieron para la ocasión composiciones de José de Torres, Sebastián Durón o el maestro que les da nombre inundando el espacio del oficio de tinieblas, una de las músicas más especiales de las celebraciones de Cuaresma.
Precisamente, ahora que se acerca la Semana Santa es un momento idóneo para la visita por el vínculo que les une. El Ayuntamiento de aquel entonces, siempre con problemas de liquidez, echaba mano de las cofradías y hermandades, que levantaron con sus nichos los muros que lo cierran y, más tarde cofradías como la Buena Muerte o el Huerto o La Hermandad de las Ánimas levantarían los suyos propios, vendiendo a particulares.
Envuelto en un halo de misterio, basta un paseo con tranquilidad, deteniéndose en los pequeños detalles, como las flores que encontramos en algún que otro de los 250 panteones existentes, para entender que hay mucho más allá en la cultura de la muerte. “Se ha conservado prácticamente como se construyó en su época, hay panteones que datan de 1874 y están en perfecto estado”, nos cuenta Luis Cereto, guía del enclave que se encarga un sábado al mes, de forma habitual, de las visitas guiadas. “Hacemos un recorrido por el camposanto enseñando los principales panteones, tanto por su importancia artística como por la de los personajes enterrados, contando la historia de cómo era Málaga en el siglo XIX”, relata Cereto.
La capital se une así, con el renombrado Cementerio Inglés, a la lista de ciudades que hacen gala del llamado ‘necroturismo’. Pequeños espejos en miniatura de la sociedad de cada momento.