Los niños ucranianos se han convertido en las principales víctimas de la invasión de Rusia, con un millón de menores que ya han escapado del país, dejando a sus madres en una situación de vulnerabilidad en la que tienen que aprender a lidiar con el trauma en medio de la tragedia para no traspasar su miedo a los más pequeños.
Olexiy, de tan solo un año y medio, está en los brazos de su madre, Svetlana, a la espera del próximo tren en la estación de Leópolis, en el oeste de Ucrania, que le pueda llevar fuera del país tras tener que huir de las bombas rusas.
"Intentaba mantenerme tranquila por mi hijo para no transmitirle el miedo. Y cuando había sonidos de los bombardeos, le decía que era mal tiempo y que eran truenos", afirmó hoy a Efe Svetlana, de 38 años, desde una sala especial de la estación de tren que acoge a las madres con sus hijos de hasta 5 años.
UNA TRAGEDIA PARA LOS NIÑOS
La ciudad de Leópolis se ha convertido en el principal punto de recepción de los ucranianos que huyen del conflicto, sobre todo del este del país, hacia Polonia u otros países fronterizos, como Rumanía o Hungría.
Entre los más de dos millones de refugiados ucranianos que ya hay desde el inicio del conflicto el pasado 24 de febrero, considerado el exilio que avanza más rápido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, al menos un millón de ellos son niños, según los últimos datos de Save The Children.
Svetlana y su hijo vienen de Kharkiv, la segunda mayor ciudad de Ucrania y que ha quedado destrozada por los bombardeos rusos, y cuenta que han estado allí hasta los últimos días escondidos en el pasillo y el cuarto de baño de su casa hasta que decidieron salir hacia Leópolis.
"Espero que esto no vaya a tener una repercusión para mi hijo y su salud mental, pero ya estoy notando que mi hijo ha aprendido a decir boom boom", en referencia al sonido de las explosiones.
A las afueras de la estación está el pequeño Sasha, de casi 7 años, que juega con su peluche, al que llama Misha, junto a sus padres y abuela a la espera de poder salir tras haber escapado de los alrededores de la capital, Kiev, donde vivían hasta que las ventanas de su casa explotaron por el impacto de los bombardeos.
"Mi casa estaba casi caída, Misha y yo no tenemos miedo porque conseguimos salir de ahí, nos escondíamos en el baño", dijo Sasha, mientras que su madre empieza a llorar cuando repite que "no tienen casa, no tienen ciudad y no tienen adónde ir".
La abuela mira a Sasha y comenta que él no ha tenido miedo en ningún momento y que este "viaje" lo ve como "una gran aventura".
FOCO EN LAS MADRES
El psicopedagogo Sergiy Kruglyk, de 58 años, es voluntario en la estación de Leópolis y es una de las primeras personas que las madres y niños ven cuando llegan al lugar de tránsito.
Los niños "no entienden el viaje con su madre y sin su padre, no comprenden las condiciones en las que están", indicó a Efe el experto, que añadió que es cierto que cuando llegan puede ver "el miedo en los ojos" de algunos de los menores, pero sobre todo observa ese miedo en "los ojos de las madres".
En la sala donde se encuentra acogen a mujeres y a sus niños de hasta cinco años para luego llevarles directamente al tren y evitar las largas colas para montarse en el vagón, y así intentar que no vivan más situaciones traumáticas.
"Hay que dar a las madres toda la información tranquilamente, que aquí va todo bien, sin bombardeos y que aquí hay paz", explicó Kruglyk, en alusión a la situación de Leópolis, donde sonaron las sirenas los primeros días de la invasión, pero ahora se ha convertido en una de las zonas relativamente más "seguras" del país.
Precisamente, algunas de las familias que esperan en la estación proceden de Mariúpol, en el sureste de Ucrania, donde ayer fue atacado un hospital infantil donde al menos tres personas, entre ellas dos menores, murieron, según las autoridades ucranianas, que acusaron a Rusia de lanzar el ataque.
"Las mujeres entran en pánico y ese miedo se transfiere a los niños. Por eso es muy importante tratar con las madres y poner el foco también en ellas", zanjó Kruglyk.