"Estoy asustada porque no sé qué va a pasar", admite a sus 87 años Lucy, una vecina del "township" de Wattville. Como ella, millones de sudafricanos viven sin apenas recursos en los antiguos guetos negros y asentamientos informales del país y esperan con miedo la llegada del coronavirus.
Según estimaciones del Banco Mundial, alrededor de la mitad de la población urbana de Sudáfrica -nación que, con más de 1.000 casos, encabeza la epidemia de COVID-19 en África- vive en este tipo de lugares; en casas pequeñas que cobijan frecuentemente a varias familias, sin dinero para comprar comida y almacenarla durante días y con el hospital más cercano a algunos kilómetros.
Tampoco pueden, por ejemplo, conseguir alcohol en gel para las manos, como recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS) para contener el contagio del coronavirus, porque no pueden pagarlo.
Pero en el "township" -nombre con el que se conoce a las antiguas áreas reservadas para la población negra durante el régimen racista del "apartheid"- de Wattville (al este de Johannesburgo), los vecinos, al menos, son afortunados porque tienen agua.
"Yo quiero estar aquí y cerrar la puerta con llave (...). Pero el próximo lunes tengo que ir al hospital por tratamientos y estoy asustada, no sé lo que voy a hacer. ¿Debo ir o no?", explica la señora Lucy al recibir a Efe en su casa.
Vive con su hija (en tratamiento contra el VIH) y sus cuatro nietos, pero para acudir al hospital tiene que hacer mensualmente una media hora de viaje en los abarrotados minibuses que, a falta de transporte público, estructuran la vida de Johannesburgo.
"Uno (un vecino) me vino a preguntar ayer qué vamos a hacer con nuestras medicinas y nuestras inyecciones y yo le dije 'de verdad , no sé'", razona angustiada.
Su familia depende, además, del cobro de su pensión a final de mes para poder hacer la compra. Para eso, su hija debe ir a retirar los fondos en persona y aún no sabe cómo se las va a arreglar una vez que, a partir de este viernes, entre en vigor el confinamiento general de 21 días ordenado por el presidente, Cyril Ramaphosa, ante el rápido aumento de los casos de COVID-19 en el país.
SUDÁFRICA, EL PAÍS DE ÁFRICA DONDE MÁS CRECE LA EPIDEMIA
El primer contagiado del virus se detectó en Sudáfrica el 5 de marzo -un varón que había viajado a Italia- y, durante los días siguientes, el número de infectados se mantuvo bajo y sin transmisión local.
Pero a partir del 14 de marzo, mientras Europa se consolidaba como el nuevo epicentro de la pandemia y el coronavirus ponía en jaque a países como España o Italia, el aumento de los casos sudafricanos comenzó a acelerarse y, en apenas una semana, los positivos se multiplicaron por diez.
A día de hoy, el Gobierno ha confirmado más de 1.000 contagios, la peor cifra de toda África, por delante de países como Egipto o Argelia, que lideraban la lista al principio del brote.
En todo el continente, apenas quedan ya naciones sin casos y la gran incógnita es si los métodos de contención aplicados en China o en Europa servirán para las condiciones específicas de África.
Ante la duda, la mayoría de los gobiernos africanos han optado por medidas drásticas desde el principio, como el veto a la entrada de extranjeros, la cancelación de eventos masivos y la suspensión de las clases escolares.
Países como Ruanda (50 infectados) o la propia Sudáfrica han ido ya un paso más allá y han ordenado el confinamiento general de la población, que solo podrá salir de casa para tareas esenciales.
Las medidas drásticas parecen la única forma de prevenir un grave desastre en naciones con precarios sistemas de salud.
Pero poner en práctica el aislamiento en países con grandes asentamientos informales, campos de refugiados y distritos pobres superpoblados sin los servicios básicos no será nada sencillo.
"Es devastador porque ¿cómo puedes quedarte en casa durante 21 días? Tenemos que ir y hacer compras, nuestros hijos juegan en la calle...", explica a Efe Thandi, otra vecina de Wattville y madre de cuatro hijos que vive con cinco familias en la misma propiedad.
Comparten un inodoro fuera y un frigorífico pequeño no les da para almacenar comida para varios días.
"No tenemos seguro médico (...). El Gobierno debe ayudarnos con desinfectantes y mascarillas, porque no tenemos de eso y todo el mundo viene y tú no sabes si una persona lo tiene o no lo tiene", agrega.
TRABAJANDO SIN MEDIOS JUNTO A LA COMUNIDAD LOCAL
En Wattville también trabaja sin descanso Judith Sunday. Dirige una clínica de atención primaria contra el VIH para la ONG comunitaria Methodist Wattville Outreach Community Programme y junto a ella colaboran más de una treintena de voluntarios que hacen tests, entregan medicamentos y educan a la comunidad sobre la prevención y la necesidad de superar el estigma que rodea al sida.
Si el coronavirus alcanza Wattville les encontrará allí ayudando, porque estos días no solo se dedican a las tareas normales, sino que también responden dudas, escuchan y dan consejos ante la incertidumbre generada por la pandemia.
Al pasar por la puerta, varios voluntarios ofrecen desinfectante de manos y casi en cada pared hay carteles que recuerdan que hay que lavárselas. Algunos miembros del equipo tienen mascarillas de tela y guantes deshechables, pero no hay suficientes existencias para repartir entre todos los que hacen fila a diario en la clínica.
Sunday, como líder social dentro de esta pequeña comunidad y como prestadora de servicios esenciales para la salud de sus vecinos, asegura que no puede permitirse el lujo de "entrar en pánico" por el coronavirus.
"Es muy importante para mí ser fuerte para que ellos tengan esperanza, para que vean que esto va a terminar", asegura a Efe.
En general, está de acuerdo con la línea dura que ha marcado el Gobierno de Ramaphosa, pero echa en falta una verdadera implantación de medidas sobre el terreno -pide, por ejemplo, que se fumiguen las escuelas como se ha hecho en China- y un contacto directo del Ejecutivo con las organizaciones como la suya, que son las que trabajan directamente con las comunidades más vulnerables.
"Como lo tiene con los empresarios, con los sindicatos y con los líderes religiosos tradicionales", ejemplifica Sunday.
"El sector sin ánimo de lucro es el que tiene más gente que puede trabajar contra el COVID-19, si se nos da el equipamiento adecuado y formación rápida", agrega.
VIH Y OTROS RIESGOS AÑADIDOS AL COVID-19
La presencia amplia de otras enfermedades graves en África -desde el sida a la tuberculosis, pasando por el sarampión o incluso el ébola en la República Democrática del Congo- es un riesgo potencial añadido para la letalidad del COVID-19.
En Sudáfrica, la tuberculosis (en 2018 se diagnosticaron unos 300.000 casos) y el VIH (se estima que más de 7,7 millones de personas viven con el virus causante del sida y que solo 5,1 millones reciben antirretrovirales) son los dos factores que generan más preocupación.
Los barrios más afectados por ellos son también, por supuesto, los más pobres.
"Actualmente, no hay pruebas claras de que las personas que viven con el VIH tengan más riesgo de contraer COVID-19 o de ponerse más enfermas por ello, pero mucha gente con VIH está envejeciendo y muchos tienen otros problemas de salud, incluidas enfermedades pulmonares o cardíacas", explica a Efe Mbulawa Mugabe, director de ONUSIDA para Sudáfrica.
Dentro de lo negativo, sin embargo, tanto Mugabe como Sunday apuntan que, precisamente, se pueden usar las lecciones aprendidas en África en la lucha contra otras enfermedades para contener la expansión de la COVID-19.
"Sabemos de la pandemia de sida que las soluciones son más prácticas y efectivas cuando el Gobierno trabaja con las comunidades para encontrar soluciones locales. Estamos apoyando a la sociedad civil para asegurarnos de que las necesidades de la gente vulnerable son comprendidas y de que la respuesta al COVID-19 apoya a aquellos con más riesgo de quedar atrás", indica Mugabe.
"Es posible controlarlo", afirma optimista Sunday, pero también advierte de que solo será así si Sudáfrica obtiene ayuda internacional.
Y si los que trabajan sobre el terreno reciben los medios para ir haciendo, si hace falta, pruebas puerta por puerta y se les dan los espacios necesarios para poner en cuarentena a todo aquel que se haya contagiado.
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