Teresa Wilms nació en Viña del Mar en 1893. De familia noble, recibió una educación exquisita que le permitió hablar seis idiomas, tocar varios instrumentos y alcanzar una cultura infrecuente para las mujeres de su época. A su talento y sabiduría, se unía, al igual que en sus cinco hermanas, su belleza. Fueron llamadas por ello “Las ondinas del Rhin”.
Teresa se casó a los 17 con Gustavo Balmaceda, un sobrino del presidente chileno de entonces De aquel matrimonio,tuvo dos hijas. En 1915, a causa de los celos y de los comportamientos
poco ejemplaresde su esposa -se adscribió a ideales anarquistas y a la masonería-, el marido la encerró en un convento de Santiago y se llevó a las dos niñas, Elisa y Sylvia Luz.
Gracias a la ayuda de Vicente Huidobro, Teresa consiguió escapar de su enclaustramiento envuelta en un disfraz de viuda y ambos pusieron rumbo a Buenos Aires. Después, viajó hasta Nueva York y, en 1918, llegó a Madrid, donde trabó intensa amistad con Ramón Gómez de la Serna, Benavente, María Lejárraga, Julio Romero…, y sobre todo, Valle-Inclán. Recorrió y disfrutó de los cafés de la capital -el Pombo, el Gato Negro, el de los Espejos…- y tras su periplo español, París la acogió entre admiradores e intelectuales: Bretón, Guide, Eluard…
Se reencontró con sus hijas tras cinco años sin verlas, pero el regreso a Chile de éstas, la sumió en una profunda soledad que derivó en angustia y depresión. Falleció en París, en la Nochebuena de 1921, después de varios días de agonía tras una sobredosis de veronal. Fue Vicente Huidobro quien quisiera dejar escrito su epitafio: “Perfecta de cara, perfecta de cuerpo, perfecta de elegancia, perfecta de educación, perfecta de inteligencia, perfecta de fuerza espiritual, perfecta de gracia. Teresa Wilms es la mujer más grande que ha producido la América”.
La edición de “Inquietudes sentimentales” (Torremozas, 2021), resulta gratamente oportuna para conocer más fondo el sentir y el decir de la autora chilena. Fue éste su primer libro (1917), al que seguirían “Los tres cantos” (1917), “En la quietud del mármol” (1918), “Anuarí” (1918) y “Cuentos para los hombres que son todavía niños” (1919).
En el preliminar al volumen, Teresa Wilms anota: “Ha sido mi única intención la de dar salida a mi espíritu, como quien da salida a un torrente largamente contenido que anega las vecindades necesarias para su esparcimiento”. Y, en verdad, estas páginas se aparecen como un íntimo desahogo, un largo anhelo hecho promesa y esperanza. Con una prosa poética fluida y bien acompasada, se articula un discurso corazonado, donde cabe la pasión, la tristura, la dicha, el desconsuelo, la esperanza, el desasosiego, lo eterno, lo fugaz…, y donde asomala palabra cultivada y sugerente de la escritora viñamarina: “Racha de viento helado apagó la lámpara: temblaron las puertas, se abombaron las cortinas; y en el cielo cruzó el relámpago con ruido de torrente. Con deleite aguardo a la hermana de mi espíritu que viene a desolar la tierra”.
Una estética y una audacia tan innovadoras, hizo de Teresa Wilms una mujer adelantada a su tiempo. Frente a ello y contra ello luchó hasta que sus fuerzas y su verbo se lo permitieron. Su condición de exiliada, su espíritu bravío, su conciencia librepensadora y su legado creativo, son avales más que merecidos para considerarla, ayer y hoy, una escritora unánimemente admirable: “Retrato; déjame arrodillarme ante ti y recitar mi oración de recuerdo y de amor”.