La alarma por el botellón descontrolado se encendió poco después del levantamiento del toque de queda, a principios de mayo. El fin del curso escolar y el inicio de la temporada estival la agravaron. Pero, si bien en algunas localidades se ha rebajado la intensidad del fenómeno con la llegada del otoño, sigue “siendo brutal” en la mayoría de las poblaciones medianas y de mayor tamaño en la provincia. Las cifras de sanciones dan buena cuenta de la gravedad: el primer fin de semana de agosto se saldó con 641 sanciones en Algeciras, por poner solo un ejemplo. Francisco Rama, portavoz del sindicato Unión de Policías Locales y Bomberos (UPLB), admite que sus compañeros están sobrepasados por la situación en la capital de la provincia.
“En Cádiz, el botellón se concentraba antes de la pandemia en la zona de la Punta de San Felipe, pero desde la desescalada, se ha dispersado”, explica. De manera que controlarlo es mucho más complicado. “No se puede poner puertas al campo”, advierte, y lamenta, como ha hecho en otras ocasiones cuando se ha referido al comportamiento de los ciudadanos en general tras el levantamiento de restricciones, que, en particular, “muchos jóvenes han salido como toros a la calle”.
“Durante los meses de verano se les ha empujado a consumir en la calle”, sostiene Alfredo Carrasco, presidente de la Asociación de Empresarios de Hostelería de Jerez, quien ha repetido durante todo ese periodo que no tenía sentido cerrar a medianoche los restaurantes y un par de horas después los locales de ocio nocturno, mientras la juventud se apelotonaba en parques públicos y plazas para continuar bebiendo.
“He visto a gente tomar copas en el interior de un coche”, asegura. Los contagios no se produjeron en el interior de sus establecimientos, lugares seguros dado que los empresarios se han cuidado mucho de cumplir con todas las medidas de prevención, sino fuera de ellos, “sin mascarilla, sin respetar la distancia y sin control alguno”.
Aparte de las consecuencias sanitarias, “se ha hecho mucho daño al sector”. Según las estimaciones de Alexis Ruiz Martín, presidente de la Asociación de Salas de Fiestas, Bailes y Discotecas, hasta un 30% de los locales, unos 40 de los 150 que se cuentan en la provincia, han cerrado definitivamente después de un año y medio sin actividad. “Y mientras tanto, multitud de jóvenes hacían cola en supermercados y tiendas de barrio para adquirir lotes de bebidas preparados para el botellón”, denuncia Carrasco.
Precisamente, “el atracón” es uno de los riesgos más serios de esta práctica. “Estamos preocupados”, reconoce Luis Bononato, director provincial de Proyecto Hombre. “El alcohol, además, desinhibir y a veces lleva aparejado comportamientos agresivos”, que desencadena altercados violentos entre los chavales, contra vecinos o los propios agentes de seguridad, o contra el mobiliario urbano.
La prevención y la sensibilización es clave. Bononato apuesta por la educación en valores, la autoestima sana, aprender a decir que no y conocer los riesgos del consumo excesivo de alcohol y su combinación con otras sustancias estupefacientes.
En cualquier caso, como Raúl Perales, quien fuera director del Instituto Andaluz de la Juventud (IAJ), pide no demonizar al conjunto de los jóvenes.
Perales apunta, al respecto, que lo han pasado especialmente mal durante el confinamiento y la desescalada. “Es normal que quieran salir a la calle ahora y divertirse. Hay que llamar a la prudencia, los comas etílicos y los incidentes están protagonizados por una minoría”, afirma.
Sin restarle ni un ápice de importancia a estos casos, considera que el botellón no es hoy peor que hace unos años y, aún así, recuerda que, al menos entre 2009 y 2015, los jóvenes andaluces consumían menos alcohol que otras generaciones y tenían hábitos más saludables.
No obstante, remarca que hoy no hay que perder de vista que “es muy difícil emanciparse, la juventud tiene dificultades para conseguir un empleo y, si lo tiene, es precario. No puede pagarse unas copas y la calle invita a salir, reunirse en torno a una botella y beber para hablar”. “Es casi un ritual social”, añade.
Para evitar problemas, plantea que las administraciones locales tomen cartas en el asunto. Por una parte, es fundamental que se destinen espacios acotados y debidamente equipados para estas concentraciones. Por otro lado, es innegocible la dedicación de recursos humanos para garantizar la seguridad. Y, finalmente, en la línea de la propuesta de Bononato, anima a las organizaciones sin ánimo de lucro a llevar a cabo campañas de sensibilización in situ. “Cruz Roja lo hizo con una campaña llamada Autopista a la Vida hace unos años y fue un éxito”. Porque el botellón, concluye, va a continuar nos guste o no.