El frío, el viento, la mansedumbre y mil factores más en contra, incluida la pasividad de los dos primeros espadas, hicieron la tarde insufrible.
Pero hay que salvar en parte la buena disposición, la entrega y firmeza, el pundonor y el valor, y hasta ciertas buenas sensaciones de torero artista por parte del confirmante mexicano Arturo Macías. Es lo único reseñable del festejo. Macías mató el primero y el último, y lo que hubo entre medias fue insoportable.
Al margen otra vez de los detalles del mexicano, no hay calificativos peyorativos para ponerle a la corrida. Ni un pasaje suelto que mereciera la pena entre esos toros primero y sexto.
Quiso mucho Macías en el de la ceremonia, un toro poco propicio, tan manso que no tardó en marcar su territorio en la querencia de tablas, cerca también de chiqueros. Allí le plantó cara, queriéndole tomar en corto, aunque el mal estilo del animal, dando muchos cabezazos, abortó la mayoría de los intentos.
La insistencia por parte del torero le costó hasta dos volteretas, muy fea la primera, pero sin que nada le arrugara. Valor seco, consciente, sabiendo lo que se traía entre manos. El público siguió todas las evoluciones con el corazón en un puño.
El más sereno en la plaza, no obstante, el torero. Por fin, la estocada final, en el mismo hoyo de las agujas, alivió tanta tensión.
Y en el sexto, nueva apuesta de entrega y decisión. Pero esta vez también con un punto de aroma en las formas y en el fondo. El toro se movió algo más y mejor.
Macías, que había dejado la impronta de buen capotero en el toro anterior al quitar de frente y por detrás, salió en éste también en su turno por saltilleras, con arrebato. Y desde el primer momento con la muleta, dándole distancia antes de engancharlo por delante y, “dejándosela”, lo que se dice puesta, continuar con el siguiente pase.
Fueron tres y el de pecho por la derecha en dos series templadas y con regusto, por abajo. De categoría.
Mas se vino abajo el morito, y con la negativa del toro bajó también el trasteo. Ya al natural no hubo continuidad.
Le costaba mucho al animal, que no pasó del todo. Se quedó la miel en los labios. Muy buena miel, pero escasa. La falta de enemigo lo condicionó todo.
Y ya está todo. Porque Abellán y Jiménez, y los toros de ambos, escudándose aquellos en estos, y sin necesidad de recurrir a la reciprocidad, no tienen perdón de Dios.
El primero de Abellán se movió, sin clase, muy soso, pero se movió. Y el torero no fue capaz de poner la chispa. El otro ya fue un manso redomado que no pasó de las medias arrancadas.
También Jiménez tuvo un primero inválido total, más flojo que el devuelto de antemano. Y el que hizo segundo en el lote, el sobrero, parecía que iba en la media distancia, pero no se acopló el hombre.
El colmo de Jiménez fue que estando anunciado con toros de Martelilla no llegó a matar ninguno de este hierro. Claro que lo mismo le hubiera dado igual.