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Querida taberna

Una vez fue un Monte Gordo

Estupefacto, patidifuso, conmocionado. Removido, estremecido. Triste, profundamente triste. Así estoy yo sin ti. Se lo han cargado todo. Demolición, estropicio

Publicado: 19/07/2024 ·
10:40
· Actualizado: 19/07/2024 · 10:41
  • Monte Gordo, una foto que ya no es verdad. -
Autor

Andi Koetxea

He publicado los libros “Huelva choquera y tabernera” (2021) y “Sevilla, la ilustre taberna” (2023), "Huelva choquera y tabernera II volumen" (2024) y "El Rompido 77. Los niños salvajes" (2024). Los bares y las tascas son la excusa perfecta para sumergirme en la antropología de la vida cotidiana

Querida taberna

Cerca del mostrador de bares y tabernas pasan cosas, y algunas muy curiosas. Este blog atrapa al vuelo esos sucedidos para que caigan en buenas manos

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Estupefacto, patidifuso, conmocionado. Removido, estremecido. Triste, profundamente triste. Así estoy yo sin ti. Se lo han cargado todo. Demolición, estropicio. Sindiós, sin sentido. Irreversible.

Antes, no hace mucho, llegabas a Monte Gordo y contemplabas los arenales inmensos, el oleaje, las gaviotas revoloteando. Todo se funde ahora con un sentimiento de orfandad. Ya nunca más chiringuitos, ya nunca más remojar los pies en la arena contemplando los infinitos.

Ahora sólo una hilera interminable de mamotretos soviéticos. ¿No sé dónde habitarán siniestros personajes, en despachos lejanos y opacos, que diseñan aberraciones como lamentable costumbre? Alguien me ha robado y aún miro hacia un lado y hacia otro sin entender dónde se ha metido. Cómo ha podido ser.

Los recorremos uno por uno y, aunque nos encontramos en horario europeo para los almuerzos, sólo ofrecen soledad y frío. En la canícula frío. No hay nadie. Uno a uno, todos iguales, cortados por un patrón ramplón y pretencioso. Encorsetados en cajas de madera oscura, como anticipando un funeral para la hostelería uniformada que desfila sin fallos aparentes. Sin estilo ni personalidad, como cantaban los Gabinete Caligari.

Monte Gordo, el chiringuito de toda la vida.

Nuestro Contreras, con ese ambiente familiar, abierto y acogedor, se dejó arrastrar por una tormenta malhallada. Ahora los cristales límpidos bloquean cualquier intento de acercamiento.

Al final del recorrido bajamos hasta un lugar que apenas tiene un sombrajo y mesas y sillas. Una barra recoleta en un quiosco. Y un montón de guiris que copan el lugar. Beben, comen y celebran la vida. Son refugiados de la crisis de los presuntuosos engolados. Miran de reojo un poquito más allá. Tenemos el deber moral de mirar más allá…

… aunque hoy lo pillamos de descanso, aparece otro chiringuito (este sí, chiringuito de brazos abiertos). Es el de los supervivientes, el de los clarividentes, el de los jubilosos. El de la Asociación de Pescadores. Parece que queda un resquicio para la esperanza. Corran, vengan. Se festeja cualquier cosa, porque todo merece la pena.

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