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Miércoles 27/11/2024
 

San Fernando

'El águila y el mar', el legado de la Marina española al mundo

El Panteón de Marinos Ilustres desde el descubrimiento y la conquista de América y la primera vuelta al mundo, a la muerte de un Imperio en Trafalgar y en Cuba.

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A veces la pregunta es machacona y golpea mi cerebro a cada instante. Nunca he sido capaz de definirla enteramente, quizá porque no sepa; tal vez porque no quiera.

A veces las definiciones limitan los sentimientos, los esclavizan a la palabra dicha o escrita, coartan su libertad para decidir qué ser, qué sentir.

A veces la pregunta es machacona y golpea mi cerebro. Otras veces desaparecen las dudas, el deseo de definirla y me concentro en sentir toda esa mezcla de sentimientos a veces encontrados.

No siempre te paga con la moneda que has ganado cual madrastra de cuento; en otras es justa como una madre que antepone la intención al fin perseguido. Pero nunca te deja indiferente.

¿Qué es la Patria? ¿Qué nos obliga a sentirla y a sentirnos dentro? ¿Qué hechizo produce una simple palabra que para unos es el cielo y otros no quieren conocerla?

¿Qué es la Patria?

Sé que la Historia ha contado lo que hicimos y que desde ese momento somos parte de la Historia. La Historia es como una vieja sabia que pone a cada uno en su sitio. O como una vieja bruja que trastoca los hechos y las fechas para conseguir fines espurios.

En unos casos sobrarán laureles; en otros faltarán alabanzas, quizá de algunos ni siquiera echarán en falta su nombre porque la gesta se ha tragado a las personas que la hicieron posible.

De todo ello encontramos allí, entre esas paredes sagradas para tantos o simples paredes para otros. ¿Ven ustedes? La gloria no sólo es fugaz; también es caprichosa. Lo que para unos es glorioso para otros es imperceptible en el mejor de los destinos.

Pero en cualquier caso y aunque lo hagan, no tienen derecho a juzgarnos de nuevo en cada época en la que aparezcan nuestros nombres y nuestras hazañas. Ya fuimos juzgados entonces. Jugamos nuestras cartas. Cumplimos nuestras órdenes. Sobrepasamos lo que se nos exigía y muchos de nosotros caímos defendiendo el honor de nuestra Patria y el nuestro propio.

El honor de la Patria. Esa Patria que no sabemos qué es pero por la que damos la vida. Esa figura que ha existido siempre desde que el hombre es hombre. Esa necesidad de pertenencia a algo y a alguien. Esa necesidad de defender lo nuestro. Esa necesidad de lustrar su Historia sin que nadie nos lo pida. Esa necesidad de…

Los que están ahí acreditaron ser merecedores de ocupar sus puestos en el altar de la gloria y todos son espejos en los que mirarse.

¿Eran perfectos, quizá? ¿No se equivocaron nunca? ¿No tuvieron consecuencias nefastas para otros sus decisiones? …

¿Quién puede pensar tal cosa? Eran hombres. Simples hombres a los que sus hazañas encumbraron, quienes se hicieron su propia historia… No sólo guerreros de la mar. También estudiosos, eruditos, científicos, gente humilde y gente de noble cuna, aventureros, soñadores…

Pero todos llevaban sobre ellos algo que los igualaba. Una determinación, una orden que cumplir, una decisión que tomar, una obligación de volver…

He aquí la morada de los elegidos. No están todos. Vendrán más. Siempre vienen más para reposar entre esos muros, entre estas paredes sagradas para algunos; sólo paredes para otros.

¿Qué los movía a arriesgar sus vidas en un viaje incierto? ¿La curiosidad, la ambición…? Partían con tres naves hacia poniente sin saber qué distancia deberían recorrer antes de llegas a Las Indias. Zarpaban hacia un futuro incierto, y quizá hacia una muerte cierta.

Algo más debían sentir aquellos hombres para embarcarse en una aventura de ese calibre, camino a lo desconocido.

 Si nos fijamos en las contraprestaciones que solicitaba a los Reyes Católicos, ambición no le faltaba. ¿Pero no tiene derecho a ser ambicioso quien deja su vida en prenda?

¿Qué clase de ambición era la que dominaba al portugués Fernando de Magallanes cuando zarpó del puerto de Sevilla el 10 de agosto de 1519 con cinco naves y la intención de completar lo que Colón había dejado a medias?

Lo hizo. Cruzó el Atlántico y pasó al Pacifico por el estrecho que lleva su nombre; llegó a las islas Filipinas que reclama para Carlos I de España y allí mismo encontró la muerte. ¿Valió la pena esa ambición? Quizá no era ambición y por eso valió la pena. Quizá es algo que el ser humano lleva en sus genes, que lo hace navegar con rumbo incierto camino de su destino.

Su destino era morir en Filipinas y el destino de Juan Sebastián de Elcano cumplir la más grande hazaña que han visto los mares. Completar la primera vuelta al mundo aun a costa de hacerlo con 18 de los 239 hombres que partieron de España y con una de las cinco naves que zarparon de Sevilla de nombre Victoria. Hasta en el nombre jugó su baza el destino.

Desde que zarparon hasta volver a España pasaron 3 años y 14 días, capitaneada por Magallanes y Juan Sebastián de Elcano, navegando 32.000 millas náuticas (78.000 Kms.), rodeando por primera vez el planeta, y dando a conocer el mundo en toda su dimensión.

La Marina al servicio de la Ciencia

Marinos fueron los que desplegaron sus naves por todo el mundo para conquistar conocimientos.

La Armada de Carlos III que habían puesto en pie José Patiño y el Marqués de la Ensenada con la inestimable ayuda de Jorge Juan o Antonio Valdés, iniciaron las expediciones  geoestratégicas de carácter científico para comprobar y establecer los límites del territorio colonial español.

 Expediciones como las de Juan Pérez en 1774 al noroeste de América septentrional o la de Salvador Fidalgo en 1790 cumplieron esos cometidos.

Dignas son de destacar la de Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés, ambos héroes de Trafalgar años después, para encontrar el paso por el estrecho de Juan de la Fuca en 1792.

La hidrografía de la Patagonia fue obra de Antonio de Córdoba desde principios de siglo y continuada por Quiroga en 1745 y finalmente por José de Moraleda y Gutiérrez de la Concha entre 1792 y 1795.

Las de Juan de Lángara, las de Mazarredo, la de Hevia… y la de mayor dimensión y ambición en sus objetivos, la de Alejandro Malaspina entre 1789 y 1794

La historia les debe un reconocimiento a todos los participantes en esa empresa cuya magnitud ha sido escatimada sistemáticamente por los historiadores. La expedición Malaspina superó con creces los objetivos y sobre todo los logros científicos de ingleses y franceses.

El relato, sin embargo, sigue siendo insistentemente ensombrecido por otras hazañas y otros personajes ingleses como Cook o franceses como La Pérouse y Bougainville. El triste sino de la Historia de España, presta en el olvido e incluso perversa a la hora de reconocer los logros de sus hijos.

Aventureros descubridores, científicos que hicieron honor a su nombre y militares. Por supuesto que sí. Y ahí, cuando se habla de la milicia, de la Marina, dejan de tener sentido las cavilaciones sobre qué los empuja a servir a su Patria. Son los valores del soldado.

Do aquí en la arrogancia crece


de nadie el crédito, pues


aquí el más valiente es


el que menos lo parece.

Y así de modestia llenos


a los más viejos verás,


tratando de serlo más,


y de parecerlo menos.

Dicen los versos de Calderón de la Barca.

 

San Pedro Abanto

El 17 de enero de 1874, a los pocos días del golpe de estado del General Pavía contra la primera República, el 2° Batallón del 1er Regimiento de Infantería de Marina acuartelado en la Ciudad de San Fernando recibe la orden de alistamiento.

El 27 de ese mismo mes, el batallón sale por ferrocarril a Madrid al mando de su jefe, el teniente coronel Joaquín Albacete y Fuster. 

Como resultado del juicio contradictorio abierto para demostrar los méritos de esta unidad, habiendo acreditado no sólo arrojo y bizarría, sino además, haber dejado tendida en el campo más de la mitad de su fuerza, se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando, por lo que pasó a ostentar su bandera la correspondiente corbata, que actualmente luce el Tercio Sur.

 

Una nueva vuelta al mundo

Españoles dieron la primera vuelta al mundo en los principios del siglo XVI y españoles la volvieron a dar en la segunda mitad del siglo XIX en un viaje en el que estaban puestos los ojos de otras naciones por sus malas experiencias con este tipo de barcos.

La fragata acorazada  Numancia, al mando de Casto Méndez Núñez, tras participar en la Guerra del Pacíficose dirigió a Filipinas para continuar viaje a España. El regreso de la Numancia por el Pacífico se hizo para evitarle la navegación por el Cabo de Hornos con su duro invierno y fuertes temporales. Tras una travesía larga y tediosa, la mayor parte del tiempo a vela para ahorrar carbón, el 24 de junio llegó a la colonia francesa de Othaití con 110 enfermos de escorbuto.

La gente descansó y se curó, el barco reparó, hizo víveres y combustible, y limpió fondos desenrollando mucho cable liado en el eje y en la hélice, procedente del Callao, donde había estado preparado para activar minas. A continuación zarpó rumbo a Filipinas y entró en Manila el 8 de septiembre.

 Entró en Cádiz el 20 de septiembre de 1867, poniendo fin a un largo periplo de más de dos años y medio en el que fue el primer barco blindado –o acorazado– en dar la vuelta al mundo.

Y así yacen todos aquí, sus cuerpos o el reconocimiento de la Marina a hombres de la mar, guerreros y científicos, historiadores y servidores todos de una misma causa, de una misma bandera.

 

 

Todos engrandecieron la Historia, muchos derramaron su sangre; muchos se dejaron la vida en la empresa que se les encomendó; otros aportaron sus conocimientos al bienestar general en un alarde de generosidad y amor por el saber y el aprovechamiento de los conocimientos adquiridos.

Unos fueron de parte de la España imperial en cuyos territorios no se ponía el sol. Otros lo fueron de la España castigada por sí misma, superada por quienes llegaron detrás, por quienes tomaron el relevo, que el camino de vuelta siempre es amargo.

Una España en decadencia sembró el campo de cadáveres de personas nobles, de marineros y soldados valientes, de mandos conscientes del sacrificio que pedirían a las tropas, de la vulnerabilidad de sus naves.

 

“En Lepanto la victoria y la muerte en Trafalgar”.

 

Allí quedó sepultada la España que asombró al mundo, bajo las aguas del mar de Cádiz.

Muchos son los que culpan al mando español en manos del almirante francés  Villeneuve de la derrota que marcó el principio del fin de poderío naval español.

Pero en toda batalla hay dos bandos. ¿Por qué quitarle a Nelson su gloria a costa de los errores de la flota franco-española? ¿Por qué justificar la derrota en una Armada que hacía aguas y que salió a la mar con malos marineros y cualificados mandos?

Fueron dos formas de entender el combate y una predominó sobre la otra. La escuadra española no podía imaginar la estrategia del inglés y el inglés lo sabía. De eso se trataba.

¿Qué hubiera ocurrido con unas tripulaciones bien entrenadas en las naves españolas? Nunca se sabrá, pero la pericia de Nelson no debe quedar escondida en las miserias de una España carcomida que se encaminaba al fin definitivo de su dominio en el mar.

 

El final de un Imperio

Aquí la más principal


hazaña es obedecer,


y el modo como ha de ser


es ni pedir ni rehusar…

 

Y de nuevo los versos de Calderón para el paradigma de las virtudes de un soldado. La obediencia aunque obedecer supusiera morir en la batalla y arrastrar a sus hombres al mismo destino.

España se desangraba interiormente desde la derrota de Trafalgar y con las Revueltas Cantonales, y había dejado de ser la reina de los mares en beneficio de Inglaterra y Francia.

Otras potencias como Estados Unidos buscaban su lugar en los archipiélagos vecinos como Cuba y Filipinas, en el Atlántico y en el Pacífico.

Cuba era prácticamente el único enclave estratégico para el comercio que le quedaba a España y Estados Unidos descubría sus intereses por unos territorios que ya sufrían una inestabilidad constante por sus ansias de independencia.

Estados Unidos buscó un motivo para desencadenar la guerra y el hundimiento por accidente del Maine fue la mecha que encendió el conflicto.

La Escuadra del Almirante Cervera Topete fue enviada por España para defender la colonia, algo prácticamente imposible por la superioridad estadounidense que sólo dejó a Cervera la posibilidad de intentar salir con el menor número de bajas posible.

La batalla de Santiago de Cuba ha sido objeto de controversias por la acción del almirante español pero su llegada a España y el juicio al que fue sometido dejó claro que la responsabilidad del desastre había partido de las órdenes recibidas a la que había contestado advirtiendo de que iban a una muerte segura si las cumplían. Y las cumplieron.

En la interpretación de quienes así lo quieran quedará siempre la duda de si hubiera sido mejor no intentar romper el cerco al que estaban sometidos los barcos españoles, prácticamente juguetes flotantes para los acorazados norteamericanos.

 

Todo cuanto encierran estas paredes, sagradas para tantos, son restos de una forma de ser que dejaron sus semillas arraigadas en la tierra que los vio nacer, en la tierra que los vio morir. Todos ellos hicieron por su Patria más de lo que la Patria les reclamaba y desde el primero hasta el último, desde el almirante al marinero, son recuerdos ejemplares de la grandeza de los seres humanos cuando se guían por los valores universales del soldado de la mar.

 

Este ejército que ves


vago al yelo y al calor,


la república mejor


y más política es


del mundo, en que nadie espere


que ser preferido pueda


por la nobleza que hereda,


sino por la que él adquiere;


porque aquí a la sangre excede


el lugar que uno se hace


y sin mirar cómo nace


se mira como procede.

 

Aquí la necesidad


no es infamia; y si es honrado,


pobre y desnudo un soldado


tiene mejor cualidad


que el más galán y lucido;


porque aquí a lo que sospecho


no adorna el vestido el pecho


que el pecho adorna al vestido.

 

El dar, y el pedir aquí,


puesto en tan buen uso vive,


que tal vez el que recibe


quedar más airoso vi,


que el que da; porque aquí es tal


el fruto de la opinión,


que es dádiva la ocasión


de hacer a otro liberal.

 

Do aquí en la arrogancia crece


de nadie el crédito, pues


aquí el más valiente es


el que menos lo parece.

Y así de modestia llenos


a los más viejos verás,


tratando de serlo más,


y de parecerlo menos.

 

Aquí la más principal


hazaña es obedecer,


y el modo cómo ha de ser


es ni pedir ni rehusar.

 

Aquí, en fin, la cortesía,


el buen trato, la verdad,


la firmeza, la lealtad,


el honor, la bizarría,


el crédito, la opinión,


la constancia, la paciencia,


la humildad y la obediencia,


fama, honor y vida son


caudal de pobres soldados;


que en buena o mala fortuna


la milicia no es más que una


religión de hombres honrados.

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