A sus 44 años y sólo después de que su hijo, Manuel, le contase un día un suceso que un amigo del colegio que vive en el Polígono Sur presenció, el periodista y escritor Antonio Ortega Rubio ha decidido romper la “ley del silencio” que todavía impera allí por miedo.
En su nuevo libro,
La Zúa, Ortega toma prestada las historias de sus vecinos y amigos de la infancia, para narrar de forma novelada, y mediante el lenguaje directo y nada ortodoxo de un chiquillo de 12 años, la realidad del Polígono Sur durante los años 80; una radiografía en muchos aspectos idéntica a la que se podría contar hoy.
A pesar de que incluso los niños allí siempre saben, parafraseando al autor, que “no le importamos a nadie”, él guarda la esperanza, mirando la normalización lograda en barrios de similares características de Madrid, de que en el Polígono Sur eso pueda ocurrir “pero hay que gritar y decirle a los políticos señores créanselo que de una vez”.
Para Ortega Rubio, ese objetivo sólo será posible cuando se deje de hablar de políticas sociales, “las que interesan para lo del dinero de la Unión Europea”, y se hagan políticas de normalización, contando con la opinión y la participación de los vecinos.
Y aprovecha el anuncio del alcalde Juan Espadas para crear una Comisión de Trabajo para exigir: “delen verdadera autoridad a las personas que lo pueden hacer y a ésas vamos a pedirle que tiren de la gente que conocen esa realidad de una forma más interna”. “Hay gente muy luchadora y trabajadora en este barrio y siempre se le ha mirado por encima del hombro”.
Ortega cuestiona la capacidad de decisión de la actual Comisionada, María del Mar González. “Una mujer con una sensibilidad tremenda y que puede hacer muchas cosas”, resalta, pero que es “como el Cristo del libro, está maniatada, eso de la autoridad única es mentira”. “Una autoridad única es una persona que tiene potestad para decidir no un intermediario”.
La Zúa, en definitiva, es un “grito” por la dignidad de unos vecinos que todavía tienen identidad de barrio, aunque a muchos se les estén acabando los sueños, porque “sigue habiendo chavales que mueren de sobredosis y sigue habiendo chavales con mentes privilegiadas que no pueden estudiar”.
Y un canto por soleá a la imaginación: “me sobra la voluntad pero me falta el dinero, que es como no tener ná”. Y confiando en la sensibilidad de “algunos políticos” concluye: “la imaginación a veces es más poderosa que el dinero”.