Una gran faena de Morante de la Puebla y el indulto del bravísimo Cobradiezmos, de Victorino Martín, han sido los mayores hitos de una feria de Abril de Sevilla con un bajo perfil artístico, a pesar del corte de una veintena de orejas y de la salida por la Puerta del Príncipe de Juan José Padilla.
En el abono que devolvía la normalidad a la Maestranza con la vuelta de las figuras ausentes en ediciones anteriores no se han vivido más faenas rotundas que la de Morante, a pesar de que salieron al albero un buen número de toros de triunfo, de los hierros de El Pilar, Victoriano del Río, Daniel Ruiz, Torrestrella o Juan Pedro Domecq, entre otros.
Pero sólo el sevillano de Puebla del Río, que actuó en cuatro tardes, alcanzó cotas de verdadera excelencia artística en su faena al último de los toros de su feria particular, un ejemplar de Núñez del Cuvillo con el que devolvió a la Maestranza el aroma y el poso del toreo grande.
Del mismo modo, sobre el buen juego de una veintena larga de ejemplares con posibilidades, fue la bravura desbordada de Cobradiezmos la que marcó las diferencias, hasta el punto de que fue el público quien solicitó por unanimidad el perdón de su vida, tras una generosa faena de Manuel Escribano.
En este escueto cuadro de honor entraría también, más por cuestiones numéricas que por la verdadera dimensión de su actuación, el jerezano Juan José Padilla que, no sin entrega y con tres orejas cortadas, consiguió una muy generosa salida a hombros el sábado de farolillos, aclamado por un público más amable de lo que es norma en Sevilla.
En cuanto a las figuras, y Morante aparte, sólo Alejandro Talavante -el domingo de Resurrección-, Enrique Ponce y El Juli -que fue el único torero herido en la feria- pasearon sendas orejas y consiguieron hacer valer medianamente su categoría en la Maestranza, mientras que Sebastián Castella pasó sin ruido ni brillo por el coso sevillano, como sucedió también con Miguel Ángel Perera.
Y, aunque José María Manzanares cortó dos trofeos en la última de sus tres actuaciones, el suyo no pasó de ser un triunfo menor, pues el alicantino estuvo por debajo de la gran calidad de sus dos oponentes, igual que le sucedió con cada uno de los buenos toros que enlotó en tardes anteriores.
También dos orejas, aunque estos de un solo toro, obtuvieron el citado Manuel Escribano -las simbólicas del indultado- y el murciano Paco Ureña con la encastada corrida de Victorino Martín, que ofreció un gran espectáculo y exigió mucha entrega a los espadas para, como pasó con Ureña, lograr momentos de intensa emoción en sus faenas.
En cuanto a los diestros de la nueva generación, el madrileño López Simón salió airoso de su mano a mano con Castella, donde obtuvo dos trofeos, mientras que el peruano Roca Rey logró sólo uno en su segunda tarde. Aun así, ninguno llegó a triunfar con la fuerza que prensa y público esperaban.
En ese mismo grupo generacional habría que destacar a José Garrido, que hizo un valiente esfuerzo ante un complejo toro de Cuvillo, y a los sevillanos Pepe Moral y Javier Jiménez, que tocaron pelo al comienzo de la feria con una actuación madura y entonada ante los "torrestrellas".
Y, además del de los rejoneadores Diego Ventura y Andrés Romero, aún hubo algún triunfo más, como el de Rafaelillo ayer con la afligida corrida de Miura y el de El Fandi, también sobrevalorado, en la triunfalista tarde del sábado de feria.
Del resto cabe poco más que reseñar, salvo la grisacea feria de El Cid y, en el cierre de la feria, la feliz reaparición de Javier Castaño, nada menos que con "miuras", después de superar un cáncer testicular.
El de Abril en la Maestranza ha sido, por tanto, un abono con un perfil más bajo del esperado y que, además, se ha vivido en una quincena de clima cambiante, con lluvia, viento o fresco en muchas más ocasiones de las sospechadas en la primavera de Sevilla.
Quizá esa haya sido una de las razones, pero no la única ni la principal, de la desigual respuesta de público a los tendidos, que sólo se han llenado en la mitad de los festejos, y entre ellos el del 9 de abril, cuando el Rey Juan Carlos ocupó junto a su hija la infanta Elena y a su nieta Victoria el Palco del Príncipe de este más que bicentenario escenario.