Con la amenaza de una
Tercera Guerra Mundial y sin que se haya superado la pandemia,
la confusión campa de Este a Oeste y de Norte a Sur de la geografía mundial y española. En todos los órdenes. En el económico, el
encarecimiento del combustible, el riesgo de
estanflación que quita el sueño, por igual, a ricos y pobres, y el
desabastecimiento sumergen al orbe en la tercera crisis en poco más de una década.
En lo social,
el Estado de Bienestar sufre un progresivo desmantelamiento porque esto, aunque ningún gobierno lo reconozca, no hay quien lo mantenga. Y, en lo político, reina la confusión igualmente porque
Biden, atolondrado, no asume el liderazgo, la UE mantiene un discurso firme pero no pega porque
no tiene capacidad militar suficiente y el
iliberalismo, en el disparadero por su tradicional simpatía por Putin y la equidistancia ante la invasión de Ucrania, trata de sacar tajada en el ámbito doméstico.
En España,
el populismo de izquierdas pierde enteros, pero
no renuncia a su agenda constituyente gracias a la privilegiada posición en el Consejo de Ministros;
el populismo de derechas, por su parte,
se fortalece gracias a la aritmética electoral en Castilla y León y el desconcierto en las filas del PP.
Unidas Podemos está roto porque las siglas que se aglomeran bajo la marca, tocada por su retroceso autonómico y su práctica inexistencia en lo local, compiten por hacerse con el invento.
Yolanda Díaz se aleja de Montero y Belarra porque quiere ser candidata y sabe que el sectarismo de sus compañeras de bancada ahuyenta incluso a la clientela más radical. Díaz calcula y trata de adquirir un perfil moderado, aunque ideológicamente represente exactamente
lo mismo que Pablo Iglesias.
Pedro Sánchez tiene al enemigo en casa. Ha rectificado con el envío de armas para la resistencia ucraniana, pero
la UE desconfía y tendrá muy complicado mantener el equilibrio en un Gobierno que condena y apoya a Rusia a la vez.
Mientras,
el PP ha pactado con Vox en Castilla y León para que Mañueco siga al frente del gabinete. No queda claro, después del
lamentable cruce de declaraciones, con Tusk como estrella invitada,
si Casado era partidario o no de sumar con la formación de Santiago Abascal.
Feijóo, entretanto, bendice la unión con la ultraderecha, al tiempo que declara que es
mejor perder Gobierno que mantenerlo a todo precio. Por fortuna, nadie le ha reído la ocurrencia acudiendo al tópico de que es gallego. Se trata de cinismo político simple y llanamente ante una situación
irresoluble para los populares.
Si lo urgente era sacar a Casado de Génova, fácil después de que se disparara en el pie engañado por su hombre de confianza, Teodoro García Egea,
lo importante, decidir en qué punto del espectro político se sitúa, complica muy mucho el congreso nacional y la estrategia a corto y medio plazo.
Las contradicciones de la guerra de Ucrania no son divertidas en absoluto;
las del PP, sí: observen cómo los cargos públicos danzan de un lado para otro, sin posicionarse, esperando únicamente que, pase lo que pase,
no se pare la música para ellos y puedan seguir disfrutando de nómina a cargo de los fondos públicos.