Se trata de un toro sentado, arrodillado, con las patas dobladas y la cabeza erguida. Se encuentra en una de las vitrinas de la sección de arte fenicio del Museo de Cádiz y podría pasar desapercibido por su pequeño tamaño si no fuera considerado como una de las piezas más peculiares del Museo de Cádiz. Es una estatuilla en bronce, que se localizaba en el Cerro del Prado en Guadarranque, en el término municipal de San Roque en 1989. La pieza, por el contexto arqueológico donde resultaba hallada está datada en el siglo V antes de Cristo.
La pieza está hueca y realizada con la técnica de la cera perdida sobre núcleo de arcilla, estando su interior relleno de tierra del yacimiento donde se localizó. La figura se asienta sobre una lámina plana de bronce que se adapta a ella a través de seis clavillos de cabeza esféricas. En la cara inferior aparecen rugosidades “practicadas intencionalmente”.
En el último cuatrimestre del pasado año viajaba al Museo Picasso de Málaga para participar en la muestra ‘El sur de Picasso, referencias andaluzas’, donde se plasmaba la iconografía del artista malagueño con la tauromaquia.
Los usos
Pero lo que más llama la atención de esta pieza son las interpretaciones que existen sobre su uso, desde la planteada por Margarita García, que considera que se trata de un objeto de culto o adorno, a la vez que cree que pudo formar parte de un portalámparas empleado para actividades religiosas, hasta Jiménez Ávila que defiende su uso como asidero de caja, y no descarta que se trate de un ponderal antropomorfo.
Sin embargo, el uso más llamativo es la hipótesis que se basa en los argumentos de Eduardo Galán como objeto funcional: “Podría tratarse de ralladores no usados en contextos domésticos, sino en rituales como los de Grecia, documentados desde época homérica, con desarrollo posterior en la cultura etrusca e ibérica, formando parte de ajuares en enterramientos”.
Lo más llamativo, según la información ofrecida por la conservadora del Museo de Cádiz, María Dolores López de la Orden, y por el restaurador Luis Carlos Zambrano, es que estos objetos pueden estar vinculados al consumo ritual de bebidas y comidas e incluso sustancias alucinógenas, apoyado en los trabajos de Sherrat y Rigdway.
Los dos expertos del Museo de Cádiz argumentan la hipótesis también en que el consumo de sustancias alucinógenas en el ámbito ritual y religioso no es extraño, teniendo precedentes desde el Neolítico. Recuerdan los trabajos relacionados con la ingestión de plantas con efectos alucinógenos en Cerdeña y su relación con las máscaras fenicias de terracota, que ilustran esta posibilidad en el contexto de los conocidos sacrificios infantiles en tofet que se realizaban a Molk.
La tesis la apoyan también con las características ergonómicas de la figura, que es hueca y fácil de asir para “su empleo como rallador”, apuntan los expertos en la materia.
Este diminuto torito fenicio se convierte así en uno de los objetos más curiosos que se exhiben en las dependencias del Museo provincial de Cádiz.